domingo, 21 de mayo de 2017

Lo primario de las Primarias


Sé que no seré el primero en jugar con la polisemia del término “primarias” para hablar del proceso interno que está experimentando el PSOE, es verdad; pero tampoco seré el último y, qué coño, las palabras están para utilizarlas.

Según el autor que consultes, de Freud en adelante, la cifra de instintos primarios varía, de dos a dieciocho o, incluso, más, según profundicemos en el cerebro humano en busca del primigenio cerebro reptil. Veamos:

Agresividad, curiosidad, ira, miedo, lujuria, juego, duelo, ansiedad, amor, odio, amistad, violencia, avaricia, vanidad, altruismo, compasión, cultura, …

Todos, sin dejarnos uno, están teniendo una influencia decisiva en las Primarias del partido socialista. Alguien mínimamente espabilado dirá: claro, y en el resto de facetas de la vida, también. Y no le faltará razón pero, si me atengo a ese criterio, me quedo sin artículo, de modo que continuaré por donde iba.

La sociedad está cambiando a velocidad vertiginosa y las rígidas estructuras de los partidos políticos tradicionales, aunque intentan adaptarse, muestran la dificultad, casi congénita, para poder conseguirlo mediante sonoros y estremecedores crujidos que ponen el delicado vello de la nuca como cerdas de jabalí resabiado. El debate del pasado lunes tuvo toda la apariencia de una autopsia, retransmitida en directo, de un individuo aún vivo y consciente y, lo que es peor, de cómo querían repartirse la herencia. Hubo quien miró la pantalla con curiosidad, otros con espanto, unos cuantos con regodeo, también hubo hueco para la indignación y, cómo no, para la indiferencia.

El caso es que ninguno de los tres contendientes es el PSOE actual, lo son los tres. No vale el maniqueísmo de Pedro contra Susana o Susana contra Pedro porque, quizá, el mensaje de Patxi representaba el “valor refugio” que ofrece el patrón oro en los momentos de crisis; en su caso se trataba del mantra de la Unidad.

Pensándolo fríamente y desde fuera, esta catarsis brutal en que se ve envuelto le va a hacer mucho bien. Se acabaron los tiempos en que las diferencias de criterio, grandes o pequeñas, se dirimían en la opacidad de los despachos y las figuras perdedoras eran fusiladas en la intimidad, sin que nadie se enterara de nada, propiciando odios larvados que pedían sangre a la menor oportunidad. Todo el proceso se ha hecho a la luz del día, con luces, cámaras, guionistas más o menos afortunados, periodistas en contra, periodistas muy en contra, seguidores, detractores, espectadores activos, espectadores pasivos y tres protagonistas de manual. Los usos y costumbres del siglo XX han quedado definitivamente enterrados y ya no volverán. No digo que los de ahora sean mejores, solo son distintos y adaptados a la vorágine exhibicionista que vivimos.

Tenemos en el tablero otros partidos: El PP continúa con su funcionamiento simple, monolítico, de órdenes en vertical y no ha explotado en mil pedazos por ese extraño “efecto piña”, también primario, que conlleva la defensa de los miles de casos aislados de corrupción y podredumbre que infectan e infestan sus filas. Ciudadanos no se apea del postureo de la nueva política pero no es más que el resultado de colocarle el motor arcaico de un vetusto SEAT 850 a una carrocería pintona y deportiva pintada de naranja. Qué decir de Podemos; es la simetría de Ciudadanos, colocada al otro lado del eje, tiñendo de morado (robado, como tantas otras cosas, del movimiento feminista) una maquinaria pretendidamente democrática que hace aguas en cuanto se le somete a las implacables pruebas de estrés de la discrepancia interna.

No soy militante socialista y, por tanto, no me veo en el complicada tesitura de tener que decidir a quién quiero más, si a papá o a mamá. Visto con frialdad e, insisto, desde fuera, quizá me decantará por irme a vivir con la familia de Bilbao pero, claro, yo no decido.



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