domingo, 9 de abril de 2017

El fin de ETA


Con 58 años recién cumplidos, ETA ha decidido desparecer de nuestras vidas. Dice el refrán que “nunca es tarde si la dicha es buena” pero en este caso haremos un excepción; ha sido tarde, muy tarde. Aceptando a regañadientes su lucha contra la dictadura, su final llega con 40 años de retraso.

No obstante, no sé si su “planteamiento vital” habrá cambiado mucho o poco en este tiempo porque no sé si tenían alguno más allá de hacer daño por hacer daño, de lo que tengo la seguridad es de que, los bandazos políticos dados desde el Estado, no han ayudado demasiado a convencerles de lo necesario, conveniente, urgente, imprescindible y perentorio de su final.

Dicen que la generosidad es una condición propia de quien tiene el poder y, una vez entregados a la realidad, desarmados y disueltos de facto, debería ser el Estado quien, una vez constatada la certeza de su final, emprendiera algún movimiento en la línea de demostrar grandeza, humanidad y nobleza para con el enemigo vencido.  Tampoco es necesario llegar a los límites de autohumillación emprendidos por Aznar cuando, tras referirse a ETA como Movimiento de Liberación Vasco, acercó a un montón de presos a su tierra, incluso, liberó a buena parte de los que no tenían delitos de sangre. Con evitar a sus familias el sufrimiento de cruzar España de punta a punta para ver unas horas a los suyos, ya sería suficiente y, después, dejar que ese proceso transcurra con normalidad.

Llega también el momento de que ETA desaparezca de los programas electorales y dejar de instrumentalizar el daño, de hacer negocio con el miedo (convendría conocer quién está detrás de algunas empresas que, contratadas desde Madrid, han puesto guardaespaldas a dirigentes vascos, facturando un dineral a las arcas públicas), de marear por propia conveniencia a las víctimas (a las de la cuerda del PP, por cierto) y de gritar cada vez más fuerte cuando lo necesario era el trabajo discreto y en silencio.

El pueblo vasco nos ha dado y sigue haciéndolo, un ejemplo de cómo se aborda un proceso tan delicado, cómo la superación del miedo y la convivencia con el dolor pueden hacerse desde la normalización y la mirada hacia un futuro democrático y limpio de sangre de unos y de otros.

Habrá quien diga, y no le faltará razón, que no hay que bajar la guardia porque, aunque haya desaparecido la amenaza de ETA, el incesante goteo de atentados de corte yihadista en todo occidente, debe tenernos alerta. De acuerdo, es más, los servicios de inteligencia y las fuerzas de seguridad deben emplearse a fondo (como están haciendo) para evitar atentados y poner a los terroristas a disposición judicial; pero hay otro terrorismo cuyas víctimas superan, solo en España, la suma de las cerca de 900 de ETA en toda su historia y las 200 de aquel maldito 11 de marzo de 2004; se trata del Terrorismo Machista. No estaría mal que los recursos que, por fin, el Estado dejará de emplear en la lucha contra la sanguinaria banda criminal, se dedicaran a proteger a las miles de mujeres amenazadas por machitos agresivos y poner a buen recaudo a quienes no acepten que una mujer libre es una mujer feliz.


A partir de ahora, ETA dejará de ser tal y volverá a ser eta, el equivalente en euskera a nuestra “y”. Ya era hora.

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