domingo, 11 de septiembre de 2016

Mamá quiero ser antisistema


Hace años circulaba un dicho afortunado que rezaba: “No le digas a mi madre que soy periodista, ella vive tranquila pensando que soy pianista en un burdel”.  Hoy, vamos a terminar de manera parecida todos los que creemos que este sistema político, social y de convivencia que, con mucho esfuerzo, nos dimos hace varias décadas, puede ser perfectamente válido si hacemos las necesarias modificaciones para vivir en armonía democrática pero, por favor, no se lo digas a nadie, pueden acusarte de casta o algo peor, ya sabes: Un poco de casta, basta para que te etiqueten y quedes marcado de por vida.

Se ha puesto de moda, entre jovenzuelos que todo lo saben, dotados de la osadía propia de la ignorancia y viejas glorias frustradas del rojerío rampante, poner en solfa aquella Transición que, si bien no fue tan modélica como nos publicitaron, sirvió  para el objetivo pretendido: Dotarnos de un sistema democrático, más o menos a la altura de los países de nuestro entorno, para lo bueno y para lo menos bueno.  Debo reconocer y reconozco que, cada vez que cualquiera de estos especímenes que, insisto, todo lo saben y de todo pontifican, acusa de vendida a la generación que peleó por la restauración democrática, con gran sacrificio personal por su parte, a duras penas reprimo la tentación de estamparle la mano abierta a mi interlocutor o interlocutora de turno, para luego informarle que eso era lo menos que te podía pasar por mirar a los ojos a un policía de aquellos tan amables de entonces. Nunca lo haré, mi generación respeta incluso a quienes opositan constantemente para evitarlo.

Sé que es una pose falsa, artificial, de cara a la galería y al "qué dirá" el comisario estético de turno; eso que tan acertadamente han dado en llamar “postureo” y que estamos hasta el gorro de soportar quienes vamos por la vida sin doblez.  También se lleva mucho ser anti-todo, no confundir con antídoto que es exactamente lo contrario de la toxicidad a la que me refiero. Normalmente, con ser antifascista se podía caminar dignamente por la vida, hoy no, hoy hay que odiar ¿a quién? Qué más da, al que se ponga a tiro, a todo aquel que discrepe de mi verdad única, auténtica e infalible; a la pública picota con él. ¿A qué? A todo lo que ponga en peligro mis planes, tácticas, estrategias, intereses e intenciones. Qué importa que su discrepancia sea legítima y argumentada con razonamientos de lógica implacable, si estorba se elimina y si no hay motivos, se inventan. ¡Faltaría más!

La denostada, traicionada, repudiada por vendedores de crecepelo y rencorosos acomplejados, la generación que le echó toneladas de gónadas para forjar la Transición, no estaría discutiendo si son galgos, podencos o caniches de nuevo rico y hace ya muchos meses que tendríamos un gobierno estable que, además, sería de izquierdas. Pero, claro, eso está mal visto en el libro de estilo del Antisistema.

No le digas a mi madre que no soy antisistema, ella cree que estoy en la cárcel por haber insultado a un ministro en Twitter y piensa que me van a hacer concejal, diputado o algo.



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