miércoles, 31 de agosto de 2016

Ficcionario de Investidura


Alternativa:  Disposición, ejercida por cargos públicos, para visitar todos los locales de alterne que su cuerpo aguante con cargo a los Presupuestos Generales del Estado.

Bobierno:  Órgano superior del poder ejecutivo del Estado, formado por un presidente y varios ministros de acreditada insolvencia intelectual.

Ciudadanos:  Formación política caracterizada por su feroz capacidad crítica con el poder, similar a la mostrada por los grandes felinos de peluche/ Hacer un Ciudadanos: Ceder sin ofrecer resistencia en todas las materias innegociables. Postureo.

Coherencia:  Aceptar una herencia a medias con otro/ Acuerdo entre dos o más partidos políticos para esquilmar los Presupuestos del Estado bajo una apariencia de legalidad.

Corrupción:  Práctica política, antiguamente prohibida y perseguida, consistente en aprovechar el ejercicio del poder en beneficio propio./ Deleznable abuso en provecho propio de los recursos públicos cuando la ejercen otros.

Crecimiento:  Falso aumento de una magnitud con la intención de variar, a favor de quien lo practica, los resultados electorales.

Debate:  Ceremonia pública para dirimir un tema, sobre el que hay variadas opiniones o soluciones, al que se acude con todo decidido de antemano. Postureo.

Desprecio:  Desaire o desdén que se hace de quien ha puesto ganas, esfuerzo e ilusión en votar una determinada opción política, ejercido para la obtención de un beneficio privado.

Discurso:  Razonamiento o exposición de cierta amplitud sobre algún tema que se lee o pronuncia en público, salvo los de carácter político, que buscan el adormecimiento de propios y adversarios con el fin de metérsela doblada. Postureo.

Elecciones:  Emisión de votos que se hacen para designar cargos públicos, que se suceden con una periodicidad tasada, salvo que, quien domina el cotarro, vea que va a perder y emplee diferentes ardides para retrasar su celebración o alterar el espíritu de sus resultados.

Escaño:  Cada uno de los asientos de las cámaras, utilizados por los parlamentarios para sestear, practicar videojuegos, calcular tresporcientos o, cuando corresponda, apretar una tecla de voto previamente dictada por su grupo parlamentario.

Europa:  Uno de los continentes que conforman el supercontinente euroasiático, situado entre los paralelos 36º y 70º de latitud norte, donde se dan codazos y señalan a España con el dedo mientras se ríen, sufriendo luego cumplida venganza en forma de atracos superlativos por paellas infames y sangría infecta en atiborrados chiringuitos playeros./ Proveedor de subvenciones.

Investidura:  Acción y efecto de investir a quien va indesnudo./Ceremonia mediante la cual, se pone un pelele al frente de un estamento público.

Mayoría:  Parte mayor de las personas que componen una nación, ciudad o cuerpo, que es objeto de desconsideración y choteo públicos./Arma arrojadiza.

Mediocre:  De condición tan vulgar que sólo se queda en la mitad de ocre, el color más vulgar de el espectro cromático./ Calidad intelectual del líder político dotado de un rostro pétreo.

Memocracia:  Etimológicamente, el Gobierno de los Memos./Bobierno.

Necesidad:  Carencia de las cosas que son menester para la conservación de la vida./ Cuando le quitas la parte positiva “si”, se queda en “necedad”.

Pacto:  Concierto o tratado entre dos o más partes que se comprometen a cumplir lo estipulado, salvo que no les convenga o, simplemente, no les salga de las gónadas.

Partidos:  Divididos en dos o más facciones irreconciliables salvo que haya reparto de poder o dinero de por medio.

Portavoz:  Persona autorizada para comunicar a la opinión pública lo que piensan (suponiendo que piensen) las organizaciones políticas o sus dirigentes./Marioneta con galones.

Respeto:  Miramiento, consideración o deferencia que exigen para sí mismos los que no lo ejercen hacia los demás.

Venezuela:  País situado en la parte septentrional de América del Sur, cuya constante invocación augura la celebración de elecciones generales.

Votación:  Acción y efecto de emplear las vísceras (y pocas veces el cerebro) a la hora de elegir representantes en una institución pública.

Zapatero:  Ser mitológico culpable de todos los males del mundo.




martes, 30 de agosto de 2016

Noticias breves (no exentas de maldad)


Conectamos en directo con el Congreso de los Diputados, donde se espera que, de un momento a otro, despierte la perezosa Marmota Philljoy, valga la redundancia, y sepamos lo largo que va a ser el invierno.  Se manejan dos opciones: De aquí a diciembre o cuatro años más de frío y tinieblas.  La primera es la deseada por la mayoría de la gente y, la segunda, muy celebrada por los vendedores de prendas de abrigo, estaciones invernales y aficionados al esquí y sus variantes, en general, y a la espera de juicio, en particular.

Numerosos colectivos animalistas convocan una concentración, que pretende ser multitudinaria, contra la celebración del Pedro Sánchez de la Vega. Como ya se sabe, se trata de una sangrienta tradición ancestral en España, donde una turba compuesta por mercenarios de medios de comunicación, cuñados y gente interesada, ignorante o ambas cosas; sueltan un político que esté dando muestras de cierta coherencia, lo rodean, acosan y, finalmente, dan muerte mediante heridas indiscriminadas producidas por unas lanzas maledicentes fabricadas para la ocasión.

Se termina agosto, el mes vacacional por excelencia, y hay una noticia que ha desaparecido misteriosamente de los informativos en cualquiera de sus soportes; un hecho que mi natural curiosidad me lleva a preguntar  ¿Qué fue de los refugiados?  Probablemente no me he enterado, debo atribuirlo a mi despiste congénito, y se haya resuelto el problema que causó ese éxodo masivo: Las distintas guerras en Siria, Irak, Libia, … ; los episodios de enajenación, con resultado de asesinatos por miles, de ese colectivo autodenominado Estado Islámico o, la causa de todos los problemas, los intereses geoestratégicos y económicos que hay detrás de los conflictos religiosos, como lleva ocurriendo mil doscientos años.  Pues eso, que me alegra infinitamente que se haya arreglado todo y esa gente inocente haya podido regresar a sus casas porque, si no hubiera sido así, y hubieran silenciado su drama, sencillamente porque no “vende”, sería para pararse a pensar si merecemos la pena como personas y como sociedad.

Finalizados los Juegos Olímpicos, hemos constatado que existen muchísimas disciplinas deportivas muy interesantes que, si no hemos oído hablar, mucho menos practicar. Sí, es verdad que nuestros representantes han dado la talla como país y, salvando algunas honrosas excepciones, los resultados coinciden en mediocridad con nuestra aportación al mundo del saber, a la investigación y la ciencia.  Volvemos a la normalidad y, olvidándonos otros cuatro años del deporte, regresamos a nuestra devoción al fútbol.  ¡Buen provecho!



domingo, 28 de agosto de 2016

Sinónimos: vuelta de vacaciones y sincera crudeza


Aunque todos lo sabemos, pocos lo manifiestan: El año comienza verdaderamente a la vuelta de las vacaciones. Lo de diciembre-enero no es más que un convencionalismo promovido por El Corte Inglés, el lobby juguetero y los perfumistas. Ahora es cuando rompemos con lo anterior y afrontamos una reincorporación que, siendo en todo igual, es completamente distinta. Veamos algunas realidades que hacen algo traumático el regreso a la vida rutinaria y convencional:

Despedida y cierre:
Carece de importancia en este apartado la modalidad de alojamiento que hayas empleado. Da igual que estuvieras en hotel, apartamento, camping, la casa del pueblo o debajo de un puente, a la hora de recoger te asombrará una curiosa paradoja; cuando viniste, traías un montón de cosas que has ido gastando durante este mes, semana o días ¿por qué, si vuelves con menos equipaje, antes cabía todo en el coche y ahora no? Porque no es verdad. Has sido víctima del síndrome “por si acaso” y, por si acaso, compraste ropa de abrigo en la playa porque, en un olvido, te dejaste los Plumas en casa (que los hayas usado o no es secundario); por si acaso, te hiciste con ese superbotiquín de primeros auxilios que estaba de oferta y que aporta la novedad de un desfibrilador a pilas y una camilla plegable; por si acaso, aprovechaste que te ahorrabas 3 € en el saco de 25 kg de pienso para el perro y compraste 3 y, por si acaso, vuelves con un lote completo de toallas, pareos, gorras y bañadores molones que encontraste en el mercadillo de los miércoles. A eso le añades la hamaca que se le antojó a la abuela para dormitar más cómoda a cualquier hora del día y poder ponerse a limpiar con estruendo por la noche y los flotadores que, en un acto de rebeldía, las niñas se niegan a deshinchar.  Conclusión: Si en vez de llevarte en agosto tu coqueto utilitario donde, si lo colocas bien, cabe todo, hubieras empleado un trailer con un remolque de 18 m, también te faltaría sitio.

El viaje:
Reconforta sobremanera comprobar que, como cada año, no ha faltado a la cita ni uno solo de los tres millones de amigos que habéis quedado en la carretera de regreso, el mismo día y a la misma hora. Desengáñate, da lo mismo salir a las 5 de la mañana, a las 11 o a las 3 de la tarde; el resto del mundo habrá pensado lo mismo y volveréis a coincidir todos. No obstante, hay factores que contribuyen a hacer más agradable ese viaje que pone la guinda al jugoso pastel de las vacaciones. A saber: Tu pareja enfurruñada mascullando por lo bajini que, si hubieras salido a las “x” como llevaba diciéndote tres días (o hubieras ido por la carretera “x” como llevaba diciéndote tres días) ya habríais llegado, las niñas pegándose en el amplio tercio del asiento trasero que les corresponde o parando cada media hora para que la abuela orine y el perro beba (o al revés). En resumen, una experiencia deliciosa que recomiendo encarecidamente disfrutar a cualquiera.

Hogar dulce hogar:
Lo dicen todos los manuales, a tu regreso de vacaciones NO encontrarás sitio para aparcar cerca de tu casa de modo que
a)      Tendrás que dejar el coche en doble fila mientras lo descargas y subes a casa y, cuando vuelvas habrá querido salir el vecino más borde de todo el bario y/o te habrán multado con 90€, que los sueldos del ayuntamiento no se pagan solos.
b)      Encontrarás sitio a esa distancia comúnmente conocida como “a tomar por culo” y preferirás ser costalero en Semana Santa que acarrear tú solo el contenido del trailer hasta tu casa ya que tu pareja se ha ofrecido para “ir colocando las cosas según las subes” y, además, debes convencer (ojo, sin gritar) a la abuela que, de verdad, no hace falta que ayude llevando la maleta más pesada.

La ropa ha encogido:
Estar un mes siguiendo una severa dieta a base de: aperitivos variados, una cerveza, fritura rebozada, una cerveza, un lechón asadito, una cerveza, postres creativos, una cerveza, helados de tres bolas, una cerveza y las copitas de por la noche, tiene un efecto letal en el sistema métrico decimal; de golpe y porrazo y sin mediar provocación, lo que era un metro, ha pasado a medir 75 cm (en la ropa) o 125 cm (en la cintura) y, tras semanas tensando el elástico del bañador, los pantalones no abrochan y, si te sientas con la camisa abotonada, puedes coser a botonazos a tu interlocutor. Hay que ponerse a dieta, que esos kilos rápido te cogen cariño y la Navidad (con sus deliciosos desórdenes alimenticios) está a la vuelta de tres hojas del calendario.

Postureo laboral:
La proliferación de la fotografía digital en los teléfonos móviles ha tenido un satisfactorio reflejo en el “efecto de destrucción mutua” y nadie amenaza con enseñar las fotos de las vacaciones, no sea que te tengas que comer las de los demás. En cualquier caso es tiempo de postureo. Véase: A nadie le ha hecho mal tiempo ni visitado los estivales insectos chupasangre, todos, sin excepción, han descubierto un restaurante casero donde se come de lujo por siete euros aunque no recuerdan el nombre, ha hecho calorcito de día pero se ha dormido muy bien, ninguno ha tenido vecinos británicos de turismo etílico cantando a voz en grito durante all the night y encontraron una carreterita secundaria en al regreso que convirtió la operación retorno en una experiencia apasionante.


Sea como fuere, feliz aterrizaje y ¡Ánimo! Sólo quedan 11 meses.

sábado, 27 de agosto de 2016

Los perros creen en dios


Baty y Gaby son felices, a su tosca manera, si quieres, pero lo son con una nobleza absoluta y un amor incondicional. Con las condiciones que les impuso la naturaleza, si quieres, pero entregados como ninguna persona podrá nunca estarlo, como sólo son capaces de serlo los perros. Baty y Gaby son felices e irradian felicidad a su alrededor.

Baty es un galgo color crema, casi blanco, dueño de una elegancia natural al que sus largas patas, su caminar pausado, su cuerpo de sable, su cabeza erguida y su mirada curiosa acercan a lo que sería un modelo de alta costura, si en el reino canino hubiera modelos de alta costura. Cuando está sentado, ofrece el perfil majestuoso de la esfinge, cuando camina parece levitar, cuando corre... Baty ya no corre; es un animal mayor, no especialmente bien tratado en la primera mitad de su vida y, de aquellos polvos, estos lodos; de aquellas carencias alimenticias, esta osteoporosis.  No se le escapa un detalle, todo lo mira, lo huele, lo lame, lo estudia y, una vez hecha la “ficha”, a otra cosa.

Gaby es la antítesis. Es una perrita de porte pequeño, no mínimo pero sí pequeño, de color canela y blanco y actitud inquieta y polvorilla; temerosa y asustadiza al principio y zalamera cuando ha cogido confianza; es el complemento de Baty: posee el carácter que él no manifiesta, movimientos eléctricos, vivacidad y la inteligencia práctica de quien ha pasado mucho hambre. Porque Gaby pasó mucho hambre: en sus primeros años, su cruel propietario la usaba para la caza menor aprovechando sus características naturales y, el tiempo que no estaba cazando, la mantenida recluida en una jaula sin apenas comida, hasta tal punto, que el animal perdió muchos dientes mordiendo los barrotes.

Ambos, a su manera, creen en dios. No es el Dios omnipresente, tronante o misericordioso de los humanos, ese dios que “premia a los buenos y castiga a los malos”, que todo lo sabe y puede. No. Es mucho más sencillo, es su dueña, que les rescató de una muerte segura, les cuida, alimenta y ama. Si pudieran expresarlo con palabras, obtendríamos una definición de deidad simple, única y definitiva; si pudieran pintarlo, veríamos una versión daltónica del Pantocrator con rostro humano y sonriente y si utilizaran la música, oiríamos la más dulce sinfonía jamás escrita.


Porque los perros son así: Osados y temerosos, curiosos e indolentes, sencillos y complicados, pausados y nerviosos, tranquilos y feroces pero siempre, siempre, entregados con nobleza absoluta y amor incondicional a su dueño, su Dios.

viernes, 26 de agosto de 2016

El Analista Sarcástico de Medios en verano...


Ciudadanos da al PP un plazo de 48 horas para firmar un acuerdo
Si transcurrido ese plazo no lo han firmado, les darán 48 horas más pero con mucha firmeza. Que no se crean que son “chicos fáciles”.

Rajoy se monta ahora una sesión de investidura igual que la que criticó a Sánchez en el pasado mes de marzo
A ver si lo entiendo: Busca un acuerdo inútil con Ciudadanos porque le faltan votos y propone una sesión de investidura igual que la que le falló a Sánchez. A ver si lo que están buscando son unas terceras elecciones...

Podemos y Ciudadanos apoyan al PSOE para acortar la campaña
Teniendo en cuenta que llevamos en campaña desde la de las Europeas de 2014, se lo agradeceríamos mucho, la verdad.

El 80% de los jóvenes españoles que trabajan tienen un contrato temporal
Y cuando dicen UN contrato temporal se refieren a eso, a UN SOLO contrato para todos, de unos 4 minutos de duración.

Una joven encuentra en su casa a una familia ocupa tras sus vacaciones
La familia se disculpa aduciendo que ellos fueron a ver a la abuela y, a su regreso, les habían derribado la casa, vendido los muebles y construido un centro comercial.

Dos científicos españoles descubren un planeta similar a la Tierra
Las autoridades competentes ya se han puesto a calcular cuánto supondría un 3%.

El 70% del pulpo que se consume en Galicia es de Marruecos
Y el 80% de los melones de Villaconejos y el 75% de los tomates de la huerta murciana y el 60% de la horchata valenciana. Menos los que se dicen marroquíes, que son sirios, libios o egipcios, todo lo demás es de Marruecos (salvo lo que procede de China que sólo es un 90%)

Mujeres musulmanas contra el burkini: “Es una falsa libertad”
¿Hemos probado a preguntar a las mujeres que lo usan si podrían, si quisieran, usar un bikini? Quizá la respuesta enfoque el debate en el verdadero problema.

Empieza a circular el primer taxi sin conductor del mundo
Para que los clientes no noten la diferencia, llevará sintonizada la COPE, nunca llevará cambio y, periódicamente, proferirá las mejores “frases de cuñado” salpicadas de críticas a la izquierda.

Facebook tendrá acceso al número de teléfono de los usuarios de Whatsapp
Ya verás que risa cuando, como novedad más novedosa de lo más reciente de lo último, las redes sociales pongan de moda lo de hablar unos con otros. Va a ser la hostia.



jueves, 25 de agosto de 2016

¿El destino?


Dios nuestro señor, a quien todos hemos de rendir cuentas, contraviniendo lo estipulado en las Sagradas Escrituras, debía estar mirando para otro lado que, en su sabiduría infinita y omnipresencia hay lugares en los que se demora su atención, cuando esa noche blanca y luminosa, tras la tapia de cada huerto, las parejas holgaban sin mesura. Desde lo alto del campanario, un observador de ojos aguileños completaría un ominoso catálogo de anatomía pecaminosa y actitudes vergonzantes que harían enrojecer de rubor a las propias hetairas de Babilonia. El dedo acusador de la luna llena señalaba la carne que trocó libre albedrío por esclavitud de los instintos más bajos y procaces.  La llegada de la primavera lo llamaban los laxos, llamadas al Maligno decían, no sin razón, los píos ya que está comprobado que para invadir un ser, el que no debe nombrarse utiliza los orificios corporales más secretos.

En un cálido y recoleto rincón del huerto de mosén Lucendo, Lucas y Romualda retozaban inconscientes de la gravedad de su herejía ya que el clérigo, viendo cercana la llamada del altísimo, había dejado escrito recibir sepultura en ese suelo que previamente había bendecido con la aquiescencia del arcipreste, que jamás se negaba a aumentar los terrenos rendidos a la fe.  Romualda, acogiendo en sus entrañas la caliente semilla de Lucas, le juró amor eterno, ante Dios y en sagrado, forjando una cadena imposible de romper.

Lucas, primogénito de una familia de hidalgos, que no referiré para no someterles a más vergüenza de la que ya pesa sobre su ajada divisa, gustaba a las mujeres y se gustaba dellas. Su llegada era tan deseada por las jóvenes y no tan jóvenes de la comarca como temida por padres, hermanos, incluso maridos, temerosos guardianes de la virtud y el honor desas hembras débiles y ciegas al buen juicio. Romualda era el último trofeo cobrado en singular cacería y, vive dios, que fue reñida.  Si San Pedro negó tres veces a nuestro señor, Romualda resistió el asedio, sitio y porfía de Lucas, no menos de una docena de ocasiones de diferente pelaje, táctica e intensidad hasta que, natura manda más que voluntades, sucumbió aquella noche y, de igual modo que resistió con bravura, se entregó plena, franca y sin reproche como sólo sabían hacer las mujeres apasionadas: ardiendo de amor y para siempre.

La primavera pasó al galope, sin detenerse, como pasan las caballerías de los correos reales. La siguió el verano pesado y veloz como las moscas y Romualda supo con toda certeza de su estado y, contando con los dedos, supo que alumbraría el oscuro invierno con el fruto de sus entrañas.

Nadie lo sabía porque su orgullo dictaba que a nadie importaba, sólo a él se lo referiría y, una mañana caminó con la fresca a las puertas de la hacienda en busca de su amado; tanta felicidad no le cabía en el cuerpo y debía dar la buena nueva a la otra parte, bien es cierto que, desde la noche aquella de su capitulación, no se habían vuelto a ver. Lucas era un hombre de variadas y provechosas ocupaciones. En acercándose al portón, acertó a salir una partida de caza, que era tiempo de perdiz y, escabechadas, suponían un manjar digno de la mesa arzobispal. Al cruzarse, Romualda hizo un gesto con la mano a Lucas y éste detuvo en seco su alazán para acercarse, presto, a saludarla. Desmontó ágil y ella, con sonrisa abierta le abrazó, acercó su boca al oído acostumbrado a constantes regalos femeninos y lo anunció: “Lucas, en la Natividad del Señor serás padre y nuestro hijo, si es varón, se llamará Jesús...”.

Dos lágrimas trazaron surcos en su rostro desconcertado, un empujón indiscreto dio con sus huesos en la tierra y una recua alejándose a vivo trote la cubrió de polvo fino, como queriendo enterrarla en vida. Con el dorso de su mano trató de enjugar los párpados aunque sólo alcanzó a dibujar en sus ojos una imagen espectral: Un cuervo la miraba con curiosidad desde el lomo siniestro del camino, signo de mal presagio.  El mismo que Lucas vio, en el lomo diestro, al escapar y tradujo como buen augurio.  Porque el destino es ese pájaro esquivo y volandero que hoy se posa en tu rama y deleita con su canto y mañana te ensucia la cara con su vientre caprichoso.

En la soledad queda de su cuarto, Romualda, capaz de amar con el fuego de mil soles, se descubrió amarga y dañina cual odre de bilis añeja y revenida. Siete noches desde el desencuentro venenoso del camino, siete noches en blanco reviviendo con el dolor de un enjambre de aguijones aquel empujón, súbito por inesperado e ilustrativo por las enseñanzas adquiridas, siete noches que concluyeron al séptimo amanecer apilando en el granero una generosa cosecha de inquina, resentimiento y odio sin cuento, y resolvió ponerle fin.

Con la última luz púrpura del ocaso, Romualda separó la arpillera que hacía las veces de postigo y, con una mano protegiendo su incipiente barriga, entró en la cueva húmeda y atosigante. Dora, la bruja, removía con un palo un brebaje inexistente en el caldero vacío y, cada toque con su pared, reverberaba como campana lúgubre que toca a difuntos.  De espaldas a la puerta, Dora, la bruja, invitó a pasar a Romualda y, con un gesto de la mano, la invitó a sentarse en una piedra redonda, blanca y bruñida, que hacía las veces de banco, espejo y piedra de molino según conviniera. La muchacha se sentó con un punto de pavor y Dora, la bruja, la tranquilizó con un conjuro hecho de palabras repetidas miles de veces desde el nacimiento de la primera de su estirpe maldita: “Estás en el lugar donde querías estar, donde afloran los instintos y el dolor, déjalos salir en libertad y te sentirás mejor”. Por primera vez en ocho días, Romualda aspiró tranquila y no le importó que el aire viciado llenara sus pulmones.

Dora, la bruja, leyó sin mirarla la historia de Romualda en el orín del caldero vacío, de su respiración ya reposada extrajo la dosis de malquerencia que destilaba y, mezclada sabiamente con la aversión que ella misma profesaba al sujeto de tanta antipatía repartida por montes y valles de la comarca, sentenció: “Ni se da lo que no existe ni se quita lo que es. Se trueca el dolor en canto, la risa en ayes y la fortuna en desatino huero. Si quieres reparación, te ayudaré, si deseas su amor, no podré; su corazón es una víscera muerta tomada por la lascivia. Sólo una cosa te pediré a cambio: El fruto de su engaño, que traerás tú misma la primera luna llena después de su nacimiento, será la mujer que continúe mi linaje y, con ella, habré cumplido mi tarea en este mundo. Ahora vete y vuelve con mi tributo”.  Romualda, incomprensiblemente reconfortada, abandonó la cueva como llegó, sin despegar los labios.

El viento helado del norte terminó de dispersar los jirones de nubes que quedaban sobre su cabeza. La luna de diciembre alumbraba con nitidez cada bache y cada canto del camino que salía del pueblo y cada rama y cada espino que escoltaban la vereda tortuosa que conducía a la cueva. Dora, la bruja, removía, esta vez sí, un bebedizo de sabor acre, color pardusco y olor almizclado y no se inmutó con la entrada discreta de Romualda, que portaba una criatura de dos semanas de vida a la que daba calor con su pecho generoso. “Quiero reparación” sólo dijo al entrar y la bruja le señaló el banco de piedra blanca con una mano blanca, bella y cuidada.

La niña, aún sin nombre, guiada por su hambre y por su instinto buscó el pezón fragante que le daba la vida y Dora, la bruja, ordenó a Romualda con su mano no darle aún de mamar. Introdujo un cazo herrumbroso en el caldero y invitó a la muchacha a beber de él, quien, olvidando su natural repulsión, apuró por completo el contenido. La misma mano que la frenó invitaba, ahora con la palma hacia arriba, a satisfacer a la criatura y, la joven, descubrió su teta rebosante y colocó a la niña en su lugar. Ésta, rechazó la gota que manaba y movió repetidamente la cabeza estallando en un llanto incontenible. Romualda estaba consumida de dolor, dolor tenso del pecho a punto de estallarle y dolor de corazón a comprobar que su propia sangre la rechazaba. Dora, la bruja, ofrecía a la cría su dedo mojado en el brebaje y ésta, calmada, mamaba con fruición. El tributo debido estaba satisfecho.

Dora, la bruja, avivó el fuego con astillas robadas del camposanto y emprendió una danza macabra alrededor de las llamas. Luego de incontables vueltas, conjuró:

“Nombre de evangelista
bálano del maligno,
mientras su fruto exista
estará bajo su signo.

Todos los pueblos y aldeas
con tu semilla esparcida
verán sufrir cuando meas
la sangre de tu vejiga.

Nunca más el falo enhiesto,
perdido el porte arrogante
lucirá rostro senecto
quien tanto presumió antes.

Jamás se rompa el conjuro
Jamás busque arrepentimiento
Jamás abandone lo oscuro
Jamás llegue su barco a puerto”

Dora, la bruja, yacía exánime en el suelo cuando Romualda, sin hacer ruido, dejó atrás la arpillera espesa que franqueaba o negaba el acceso al cubil de la magia. Caminaba ligera de pies y pesada de cabeza, atribuyendo su turbación, sin duda, a la falta de sueño. Amanecía.

Los días escaparon perseguidos por las semanas que, a su vez, huían de los meses temerosos de ser cautivados por los años. Romualda gozaba de una lozanía y belleza que la hacían acreedora de favores, guiños, requiebros y atenciones sin cuento. Lucas..., de Lucas nunca más se oyó hablar y con el tiempo hasta se olvidó su nombre. La hacienda fue malvendida y sus otrora repletas caballerizas fueron tomadas por la mala hierba y los nidos de araña.

El destino es ese pájaro esquivo y volandero que hoy se posa en tu rama y deleita con su canto y mañana te ensucia la cara con su vientre caprichoso, decían.

lunes, 22 de agosto de 2016

La maleta


Los dueños de la maleta trataron de disimular sus nervios en el control de equipajes del aeropuerto. Por sí misma, la pareja ya llamaba la atención; él, Vítor, llevaba media vida corrigiendo a quienes le llamaban Víctor y la otra media explicando por qué tenía ese nombre: Era muy sencillo, porque su padre se llamaba así y su abuelo y demás ancestros. Lo bautizaron así y llevaba con orgullo esa herencia familiar. Vítor nació en Vigo y, hasta este momento, nunca se había distanciado de su ciudad más de doscientos kilómetros; más alto que la media, de piel muy blanca y rubio, contrastaba con su mujer, Chen, hija de emigrantes de Shanghai. Era española de nacimiento pero daba igual, todas las personas que se dirigían a ella le hablaban muy lentamente acompañándose de gestos y, lógicamente, se sorprendían cuando les respondía en un castellano perfecto aderezado con acento gallego. Ella era bajita, no llegaba al metro sesenta, de piel de porcelana y pelo negro azabache; sus rasgos perfectos la convertirían en un modelo de belleza si no fuera porque ella, diplomada en enfermería, por experiencia profesional, daba al “contenido” más importancia que al “continente”.

Al colocar la maleta en la cinta del escáner, instintivamente se dieron la mano y miraron con gesto preocupado. El vigilante de seguridad, a cargo del arco detector de metales, contempló la escena con disimulo y al pasar estos por su puesto les informó que les habían correspondido pasar los registros aleatorios. Vítor se extrañó de que “aleatoriamente” les tocara a los dos pero, siguiendo la tesis que le enseñó su abuelo “Nunca te pelees con el peluquero antes que te corte el pelo”, optó por no discutir.

El vigilante de seguridad les separó del resto de la fila e invitó a pasar a una sala pequeña y fría, toda ella en gris, mientras iba a avisar a la Guardia Civil.  Chen intentó decirle algo a Vítor pero éste la paró en seco señalando una cámara que había en un rincón, junto al techo. Sólo se miraron otra vez y con cierta tranquilidad para variar; ellos estaban ahí pero completamente “limpios” podrían registrarles a conciencia y nunca les encontrarían nada, sencillamente porque no lo llevaban.

La maleta, tumbada en el suelo junto a la cinta del escáner de equipajes, contempló inerte la escena. Nadie reparó en su presencia y nadie la reclamó. Era un modelo de esos modernos y funcionales, que la publicidad decía que podría pasarle por encima un camión y su interior no lo notaría; de ese color tan característico que podríamos llamar “gris maleta”; sus propietarios la habían seleccionado con mimo, entre las decenas de modelos que había en la tienda, porque sus dimensiones le permitían entrar holgadamente en los huecos destinados al equipaje de mano y disponía en su interior de un sistema que permitía fijar los objetos para que permanecieran inmóviles con independencia de la postura en que se colocase.

Una sargento de la Guardia Civil entró en la pequeña sala gris, cada movimiento denotaba la profesionalidad que otorga la experiencia. Con sólo una mirada supo que esos dos no llevaban encima nada oculto pero sí tenían un comportamiento sospechoso que se aplicó a desentrañar:
-Víctor Otero y Chen Liu ¿verdad?- preguntó mirando ambos pasaportes abiertos en sus manos.
-Vítor- corrigió él, como llevaba haciendo toda la vida, ella sólo asintió.
-De acuerdo, Vítor. Es algo poco visto una pareja formada por un hombre gallego y una mujer china ¿se conocieron aquí o allí?- Volvió a preguntar la sargento.
-Ni aquí ni allí, fue en Meeting, la página web esa de hacer parejas- respondió Vítor, poco acostumbrado a hablar de su relación.
-¿A qué se refiere con allí? Yo soy tan española como usted- Salió Chen de su letargo.
-¿Ah, sí? He visto los anuncios pero nunca conocí a nadie que lo hubiera utilizado ¿cómo funciona? ¿los chicos buscan a las chicas o las chicas a los chicos? ¿imagino que costará un dinero?- continuó la sargento viendo que tenía cancha y podía, no ya ganar su confianza pero sí vencer su resistencia.
-¿Estamos aquí por eso? ¿No sabía que fuera ilegal?- Sacudió Vítor visiblemente molesto. –Nos está esperando un avión ¿sabe?- Añadió
-Está bien, si lo quiere así, así será. Usted, Vítor, pase a esa sala de la derecha y desvístase completamente, ahora pasará un compañero a revisarle. Usted, Chen, pase conmigo a la sala de al lado y desvístase también; a ver si lo que les está esperando es un juez- La sargento sabía que no les iba a encontrar nada pero, fracasada su intentona de complicidad, debía separarlos para conocer qué ocultaban.

Durante el registro, Vítor no pudo reprimir una sonrisa acordándose de su madre y sus sentencias: “hijo, cuando viajes ponte siempre unos calzoncillos nuevos, no vayas a tener un accidente y piensen que tu madre es una guarra”, al riesgo de accidentes habría que añadir “o que te registren en el aeropuerto”.

Efectivamente, no les encontraron nada; ni escondían ningún objeto sospechoso ni, tras diferentes intentos y estrategias, confesaron nada reprochable. Simplemente estaban nerviosos por volar, por viajar, por la seguridad, por cien mil cosas distintas. Aún así, cuando la sargento les devolvió su documentación y dijo que se podían ir, con las correspondientes disculpas, su alarma interior seguía activada. Se le había escapado algo, seguro.

Los dueños de la maleta contuvieron una carcajada de relajación cuando volvieron al control de equipajes y observaron que el suyo seguía ahí, sin llamar la atención. Se acercaron plácidamente, la pusieron vertical, extrajeron el asa telescópica y la echaron a rodar en dirección a la cafetería más cercana. La sargento, que les observaba por el circuito cerrado de televisión, cayó del burro “¡Coño, la puta maleta!

Las órdenes por radio fueron tajantes y, dos minutos después de su salida triunfal, volvían a estar en la misma sala aunque, ahora sí, con la maleta por delante. La sargento, recreándose, cerró la puerta tras de sí con calculada parsimonia.
-Cuánto tiempo sin verles, parece que ahora tenemos la familia al completo: El padre, la madre y la hija con asas y ruedas- Saludó con grandes dosis de sarcasmo. –Por favor, pongan la maleta sobre esa mesa, abránla y den dos pasos atrás- ordenó.

Chen miró a Vítor y sujetó su brazo con la mano, ella la abriría, al fin y al cabo ella era la responsable de esta situación y debía dar la cara. Levantó la maleta sin dificultad, giró las ruedecillas de la clave de seguridad en las tres cerraduras, abrió la tapa y dio dos pasos atrás como le habían dicho.

La superficie tenía una apariencia impecable: Dos cazadoras dobladas del revés, para evitar que se arruguen y una bolsa de plástico que, por lo que trasparentaba, contenía unos zapatos. La sargento, cabreada consigo misma, decidió tomar personalmente cartas en el asunto y, calzándose unos guantes de látex, levantó con cuidado las primeras prendas. Debajo encontró camisas, dos cargadores de teléfonos, una baraja, un cuaderno y un boli, una tablet, dos libros electrónicos y un tupper. ¡¿Un tupper?! Sí, se trataba sin duda de un recipiente de plástico, de esos con tapa que cierra herméticamente, de color anaranjado y que, antes de abrirlo no desprendía ningún olor. Lo levantó con cuidado, lo sopesó y al moverlo notó como algo se desplazaba en su interior, como deslizándose. Lo puso sobre una báscula y anotó en el formulario colocado en la tablilla “1700 gramos”.  Lo colocó sobre otra mesa y con un cuidado infinito procedió a su apertura.

Chen y Vítor estaban separados por dos metros de vacío cómplice y apretaban sus propias manos con tal fuerza que apenas notaban como circulaba la sangre. La suerte estaba echada. La sargento completó la apertura y, con mimo, sacudió levemente la tapa para que los polvos que se habían adherido a su interior cayeran, con el resto, al interior del recipiente. Era un polvo fino, casi microscópico, de color gris que, misteriosamente, no había sido detectado por los perros estratégicamente ubicados por el aeropuerto. Podría ser una sustancia no controlada, ya que los químicos se esmeran mucho en cambiar la composición de sus “creaciones” para, por un lado, evitar ser detectadas y, por otro, al no ser una sustancia calificada como prohibida, librarse de una condena por un tecnicismo.

Chen estaba al borde del colapso y no reaccionó cuando la sargento, muy profesional, tomó una mínima porción del contenido del tupper, la depositó en un portaobjetos y, con un cuentagotas, dejó caer encima un reactivo de color indefinido esperando que se pusiera azul. No sucedió nada. Repitió la operación con otro líquido y el mismo resultado. Así, seis veces hasta que una de las gotas tomó un tono rosa intenso. ¡Se trataba de restos humanos!

Toda la aparente frialdad y filosofía orientales no sirvieron para que Chen notara como se le aflojaban las rodillas y caer al suelo. Vítor, dio un salto en su auxilio y, cuando el vigilante de seguridad trató de sujetarle, la sargento lo detuvo con un gesto. ¿Qué estaba pasando? Chen rompió en sollozos y confesó: Su padre murió hacía un mes y ella le había prometido llevar sus cenizas a su Shanghai natal, con el resto de su familia. La sargento, más relajada, le informó que llevar las cenizas en un avión no era ilegal, sólo debía cumplir con unas normas concretas en el transporte y nada más. Le dijo a Vítor dónde podía comprar una urna metálica de cierre hermético, apropiada para el transporte aéreo de cenizas, y pidió a Chen que le ayudara a colocar el contenido de la maleta. En su interior estaba satisfecha, sabía que ocultaban algo y le alegró que no fuera nada ilegal. Esa pareja le caía bien, al fin y al cabo, ella también había conocido a su pareja en una web de contactos.



sábado, 20 de agosto de 2016

La infame plastilina de nuestra infancia


En nuestra tierna infancia nadie se libró de jugar con esa plastilina arcaica, grumosa y de olor sospechoso que, aunque en su envoltorio original venía en barras de diferentes colores, a poco que construyeses figuras que contuvieran varios tonos, terminaría toda adquiriendo una apariencia pardusca, objetivamente fea, que sólo servía para fabricar montañas o formas indefinidas sin color y terminaran, inevitablemente, en una caja junto a otras bolas fosilizadas de similares experiencias anteriores.

Resultaba también que, en nuestra infinita inocencia, tratábamos de convertir esa masa acromática en algo más atractivo mezclándole como solución desesperada otros tonos. Así, por ejemplo, le sumábamos el blanco con intención de aclararlo o el negro para oscurecerlo pero, misterios de la química, mantenía imperturbable su fealdad.

A lo largo de estos últimos años hemos confirmado, y los jueces constatado, todas nuestras sospechas: El Partido Popular es una organización delictiva que, amparándose en la política, ha robado como entidad o mediante un buen número de sus miembros, importantísimas cantidades de dinero público, detraídas de los presupuestos usando distintos procedimientos del más tosco al más sofisticado; con el único objetivo de su enriquecimiento ilícito, para las personas, y su financiación ilegal para la institución. El alcance de este latrocinio aún es desconocido en su cantidad, los datos que se van conociendo dejan pequeños los peores augurios, y afecta a todo el territorio nacional. Que no hay lugar ni presupuesto sin mordida, es tan duro, triste e indignante como cierto.

Ahora nos vienen con el cuento de que, una barrita, supongamos que noble y bienintencionada, de color naranja, va a mezclarse con esa ameba informe; que fagocita todos los presupuestos y servicios que caen en sus manos, color indefinido, tacto grumoso y olor sospechoso mezcla de alcanfor, incienso y colonia cara; con la inocente intención de aclarar su tono y mejorar su aspecto y prestaciones.


¿De qué color crees que terminará esa “inocente” barrita naranja? Pues eso...

viernes, 19 de agosto de 2016

Un cuento clásico


Éranse una vez Isabel y Raúl, que eran dos enamorados de catálogo. Si te pararas a imaginar cómo sería una pareja-tipo de enamorados te saldría la imagen de Isabel y Raúl, o Raúl e Isabel, que tenían una relación modélica también en cuanto a igualitaria pero, por ordenarlos de algún modo, emplearé el orden alfabético y serán Isabel y Raúl.

Una mañana de domingo, de esas tan agradables de primavera con cielo despejado, suave brisa, temperatura templada y sol acariciante, Isabel y Raúl decidieron por consenso, porque ahí también servían de ejemplo y ninguna decisión era impuesta por una parte a la otra, todas se tomaban de común acuerdo; decidieron dar una vuelta por El Rastro ya que ese ambiente bohemio y desenfadado les parecía muy romántico. Deambular por entre los puestos donde se podía encontrar de todo, negociar el precio con unos profesionales del regateo que dejarían al mejor futbolista a la altura de un tuercebotas de segunda, y volver a su piso alquilado; porque alquilar era mucho mas sostenible que comprar y les daba más libertad para moverse cuando quisieran; volver, decía, con alguna antigüedad interesante y ecológica, que quedara bonita en su decoración naturalista, y poder mostrar a sus amigos con el orgullo de tener una casa pintona sin haber perjudicado al planeta y sus ecosistemas.

Paseaban sin prisa, con los ojos curiosos de quien no está aún maleado por los empujones crueles de la vida y, todavía, eran muy inocentes; creían, con Rousseau, que todo el mundo nacía bueno y la sociedad les iba estropeando. Miraban a unos y a otros, preguntaban y charlaban con cualquiera cuando, entre dos puestos ambulantes, llamó su atención una puerta pequeña pintada de verde, de esas con dos hojas, que llaman castellanas, de las que la de arriba estaba abierta y la de abajo cerrada. De la penumbra interior emanaba un olor, como de incienso, que les atrajo como moscas a la leche condensada y se acercaron hipnotizados.

Asomados por el hueco que quedaba arriba, sus ojos tardaron en acostumbrarse a la falta de luz y, al cabo de un minuto, descubrieron que la pequeña estancia estaba levemente iluminada por varias lámparas de aceite, que les invitaron a pasar con el sólo crepitar incierto de su llama. Por si no hubiera sido bastante, que lo fue, una voz susurrante con acento oriental puso en palabras lo que sus mentes habían sentido.  Estaban en su casa, o tan cómodos como en ella, para ser más preciso.

Una vez adaptados al juego bailante de luces y sombras, su anfitrión señaló unos mullidos cojines sobre una tupida alfombra. Isabel y Raúl, como vieron que hacía su nuevo amigo, se descalzaron y sentaron en los cojines con las piernas cruzadas. Él les ofreció té de un recipiente humeante, ellos, fascinados, asintieron con la cabeza y tomaron un pequeño cuenco entre sus manos. Nadie diría que se encontraban en el interior de un mínimo local ubicado en el centro del Madrid más castizo y no en una coqueta estancia de un templo perdido en medio la selva cálida y húmeda del sureste asiático.

Al poco, por su indumentaria y sus colgantes y pulseras rituales, dedujeron que quien les había recibido con tanta hospitalidad era una especie de monje de algún tipo de secta budista o algo así pero apenas hablaba y, en consecuencia, tampoco les apetecía romper la magia del silencio. Durante un tiempo indeterminado los tres estuvieron callados, meditando.

El monje se levantó con un movimiento ágil e Isabel y Raúl le siguieron con la mirada. Se aproximó a un viejo arcón de madera carcomida y levantó la tapa con un quejido de sus goznes oxidados. Rebuscó en su interior con interés y, con rostro satisfecho, se incorporó llevando en la mano otra lámpara de aceite, como las que les alumbraban, pero más vieja, sucia y abollada. La alfombra facilitaba los pasos menudos del monje que se acercó a la pareja ofreciéndoles la lámpara; ellos se miraron con curiosidad y, acto seguido, Raúl alzó las manos donde el monje depositó su obsequio.

Mientras Isabel y Raúl se pasaban la lámpara entre ellos y escudriñaban los escasos detalles que les permitía la tenue luz, el monje volvió a su cojín y lució orgulloso su mellada sonrisa. Con gestos les indicó que la frotaran con la manga e Isabel y Raúl no pudieron evitar la imagen infantil de Aladino y la lámpara maravillosa. Se miraron y una discreta carcajada, como sin querer, se les escapó con un punto de complicidad.

Sujetaron la lámpara entre los dos y, con las mangas de sus manos libres frotaron ambos laterales de latón que, sin dificultad, empezó a revelar el lustre que tuvo antaño. Motivados por sus progresos frotaron con más fuerza y sucedió: El monje que les había acogido se hizo etéreo y flotó para unirse al resplandor que surgió de la boca donde se prende la mecha. Isabel y Raúl dieron un respingo hacia atrás y apoyaron sus espaldas en la pared tapizada que tenían a retaguardia. Raúl siempre fue un poquito cagón e, instintivamente, trató de protegerse tras Isabel que le miró sorprendida dando gracias a que su vida no corriera peligro, si no, apañados estaban.

El monje trasmutado en genio flotaba en el aire en el centro de un resplandor anaranjado, su voz, antes susurrante y apenas perceptible, trocó en grave y tronante: “Soy el genio de la lámpara, he estado cautivo esperando que, cada día, llegara alguien de corazón puro y hoy sois vosotros. Os concederé un deseo con una única condición, que no lo haya pedido nadie, nunca. Si sois originales, disfrutaréis de mi magia y yo permaneceré libre hasta la noche, si no, olvidaréis que me habéis visto, volveréis a casa con las manos vacías y yo a mi prisión”.

Isabel y Raúl, Raúl e Isabel, miraban hacia arriba estupefactos mientras su boca, a punto de la luxación maxilar, trataba de respirar un aire pesado y espeso. Se miraron entre sí y comenzaron la búsqueda de una petición que no se le hubiera ocurrido a nadie. Lo primero fue decidir el tipo de deseo: Por una parte, Raúl se mostraba partidario de pedir algo material; había millones de opciones diferentes y no sería muy difícil encontrar algo inédito. Por la otra, Isabel discrepaba; estaba convencida de que una gran mayoría de la gente se habría inclinado por la opción material, dejando de lado la alternativa espiritual en la que, quizá, hubiera menos variedad pero sería un camino poco transitado, prácticamente desierto.

Raúl argumentó que, si se le había ocurrido a ella, por qué no se le podía haber ocurrido a otro e Isabel replicó que pedir algo material sólo por el hecho de ser original no valdría para nada si no es útil. En medio del debate les asaltó la duda ¿de cuántas oportunidades dispondrían? El genio, que entretenía el rato practicando trucos de magia, resolvió tajante: Una. Tenía sentido, si no, en vez de reflexionar sobre qué pedir, se convertiría en una formulación de deseos absurdos hasta que, por casualidad, tocaran la tecla acertada.

Isabel y Raúl acordaron ir proponiéndose cosas entre ellos hasta que encontraran la solución sin abandonar cada uno su tesis. Así, se fueron alternando en lanzar ideas que podrían aceptar o rechazar y, cuando vieran que habían encontrado su “piedra filosofal” se la trasladarían al genio, quien contemplaba divertido la escena haciendo malabares con sus zapatos en un rincón de la estancia.

Tras unos minutos de búsqueda interior, Raúl comenzó el carrusel: “Comida para todos”. Isabel se rió e, imitando la pose forzada de una aspirante a miss dijo, “La paz en el mundo”. Raúl, que notaba como sus tripas pedían la palabra, usó su turno; “Un frigorífico que dé la comida cocinada”. Isabel replicó que eso ya existía, incluso los había que, cuando detectaban que faltaba algún producto, hacían la compra. Ella siguió a lo suyo, “Necesitamos Felicidad, así, con mayúsculas y sin matices”. Raúl recogió el guante y razonó que, para ser feliz, no había nada mejor que poder hacer lo que quisiese sin tener que trabajar. A Isabel no le gustó, le pareció banal e infantil y opinó que sería mejor ser los más inteligentes. Raúl torció el gesto señalándole su contradicción y le recordó que, a menudo, los menos inteligentes suelen ser los más felices, por el contrario, si inventaran algo de utilidad a la vez que exitoso, estaría resuelto el enigma. La muchacha cortó de raíz, habría que decir exactamente qué querrían inventar y, probablemente, ya estuviera propuesto. Por un instante se le encendió la mirada con una pizca de picardía: optarían por poder pedir todos los deseos que quisieran, Raúl respondió que, si eran incapaces de encontrar uno, para qué querían tener más, que lo que debían hacer era eliminar la cláusula de originalidad.

El genio, que hacía ejercicios de contorsionismo sobre un cojín diminuto, negó con la cabeza, que asomaba entre sus pantorrillas; no se podía pervertir el espíritu de la prueba.

A medida que avanzaban en sus disquisiciones su rostro se ensombrecía y, asombrosamente, a pesar de estar en una habitación pequeña, la distancia entre ellos era cada vez mayor, hasta tal punto que ya debían levantar un poco la voz para poder escucharse. Se dieron cuenta que algo no funcionaba y callaron. La mirada de cada uno buscó los ojos que amaba y al encontrarlos, sin más, pronunciaron a la vez:  “Poder salir de aquí exactamente igual que como entramos”.

El genio de la lámpara comenzó a pintar un cuadro, hasta la media noche disponía de tiempo suficiente para terminarlo. Isabel y Raúl, cogidos de la mano, convinieron que era tarde y tenían hambre de modo que ...
apretaron sus andares
buscando un bocata de calamares

FIN

jueves, 18 de agosto de 2016

El Analista Sarcástico de Medios en verano...


Rajoy recibe a Albert Rivera tras ignorar sus seis condiciones
Por favor ¿no puede haber micros en esa reunión? Una hora y media hablando cada uno de lo suyo sin prestar atención a lo que diga el otro. Puede ser épico:
-Y voy yo y le digo, señor Shánchez, son los vecinos los que eligen al alcalde...
-Si no acepta mis condiciones me llevo el Scatergories
-¿Y la europea?
-Estamos hablando de regeneración...
-Hodor

Sánchez acusa a Rajoy de “tener cautiva la democracia”
De momento, para liberarla, el Comité Ejecutivo del PP ha acordado pedir un rescate del 3 %. Pedro Sánchez se lía y cuando le preguntaron si quería presentar denuncia respondió: “NO es no”.

Moncloa dice que Sánchez no le coge el teléfono a Rajoy y el PSOE niega la llamada
¡¡Groucho vive!!

Echenique sobre la actuación de Rajoy: “¿Nos toma por tontos?”
No sabemos si nos toma por tontos, si el tonto es Rajoy (aunque pueda parecerlo, de tonto tiene lo justo), si los demás partidos lo son o sólo lo están haciendo. Lo único que está claro es que la legislatura real terminó en noviembre de 2015 y Rajoy se va a volver a comer las uvas 2016-17, en La Moncloa y a nuestra costa.

La deuda pública, en el 100,9 % del PIB, bate un record de más de un siglo
Nos iban a dar una medalla pero, inexplicablemente, al pasar por Valencia ha desaparecido. Montoro, no se te oye, se les ha debido olvidar abrirte el micro...

Valencia pide la dimisión de los 9 concejales del PP investigados por corrupción
Por fin se descubrió la causa de la corrupción generalizada en el PP valenciano, fue culpa de un asesor, enchufado en su día por Zaplana, que confundía el fonema “r” por el “d” y se pasaba el día hablando de regeneración democrática. Un logopeda YA.

El sucesor de Diego Cañamero en el SAT pide la independencia de Andalucía
Sólo dos preguntas, señoría: ¿Qué vegetales planta esta gente? ¿Por qué se los fuma?

Trump intenta aprovechar las tensiones raciales para captar el voto negro
Suena absurdo y descabellado ¿verdad? Pues Cospedal dijo que el PP era el partido de los trabajadores y algunos gilipollas lo creyeron y les votaron.

Las toallitas colapsan las tuberías de Madrid
Concretamente en las cloacas del Barrio de Salamanca, valga la redundancia. Dejad ya de llorar y, sobre todo, no tiréis las toallitas por el water.

Un problema de seguridad afecta a las llaves de millones de coches
Investigan si fue Fernández Díaz, por recomendación de Marcelo, el que les puso 1, 2, 3, 4 como código de seguridad, como tenía en su despacho del ministerio.

Los whatsapp de los violadores de San Fermín (me resisto a ponerlos)

Me dan tanto asco que no les voy a dar pábulo. Sólo deseo que les juzguen, condenen e ingresen en prisión. El “código carcelario” ya se encargará de que descubran lo que se siente cuando te “follan entre cinco” sin tu consentimiento.

miércoles, 17 de agosto de 2016

15 de agosto


Cien ojos eran pocos. Los cachorritos de cabrones zigzagueaban a toda velocidad con sus bicicletas de juguete entre los, cada vez más apretados, grupillos de vecinos y en cuanto alguien se descuidaba le pasaban por encima de un pie o, mucho más doloroso, hacían tope con alguna espinilla desavisada que quedará dolorida para toda la noche. El bullicio propio de las fiestas era el caldo de cultivo ideal para hacer trastadas impunes y se aplicaba con generosidad la amnistía general titulada: “Deja en paz al muchacho, que estamos en fiestas”.

A Isidoro, el alguacil, tanta multitud le aturdía y, si le añadías las correrías de los protodiablos sobre ruedas, su delicado estado nervioso coqueteaba con el colapso; aún así, el hombre, menudo y discreto cercano a la invisibilidad, conocía su oficio. Se sentó junto a la fuente del final de la plaza, por una parte, para ver con perspectiva cómo se iba llenando de gente vestida de domingo y, por otra, porque cada diez minutos, aproximadamente, los chavales dejaban apoyadas las bicicletas en la pared de la tienda y, jadeando, se acercaban a darse un trago de agua. Efectivamente, en un rato breve los críos hicieron su pausa de hidratación y el alguacil aprovechó para, en lo que dura un parpadeo, poner una cadena fina, atando los cuadros de las cinco bicis a un árbol, cerrarla con un candado y a otra cosa.

Isidoro, a su manera, representaba la autoridad y los chavales, con el Pecas al frente, despreciaban la autoridad en general y la del alguacil en particular, no había actividad divertida que él no estropease y, además, como no levantaba la voz, no les daba la oportunidad de encararse con él. El Pecas, un manipulador experto desde antes de aprender a hablar, enredó a Rocío, hija de Ramón, el concejal de fiestas; para que fuese con el cuento a su padre y éste tirara de galones y obligara a Isidoro a liberar las bicis de su esclavitud. Mala jugada. Ramón había visto por el rabillo del ojo la maniobra del alguacil y respiró aliviado, los muchachos no habían causado más de un accidente por cuestión de centímetros y, cuanto más se llenaba la plaza, mayor era el riesgo. Rocío volvió al grupo con malas noticias y el Pecas la miró con mala cara añorando los tiempos en los que se decapitaba a los portadores de malas nuevas y despareció por la esquina clamando venganza.

El alcalde, Torcuato de la Maza, Don Torcuato para el vulgo, potentado ganadero, hizo un gesto con la cabeza señalando el ayuntamiento y, de manera automática, los cuatro concejales entraron en el portalón y salieron al balcón de la Casa Consistorial que, como mandan los cánones, constaba, de abajo a arriba, de soportales, balcón y torre con reloj. Esperaron que sonara en carillón que daba las ocho, para que las campanadas imitando al Big Ben no interrumpieran, y el alcalde asió el micrófono de la tosca megafonía instalada en los laterales de la terraza y comenzó el discurso con el que se abría la entrega de premios.

-Vecinos de Mantuecas, un año más disfrutamos de nuestras fiestas patronales en honor de la Virgen...-
-Sí, sí, sí- Sonó en la plaza como un trueno que, al contrario que en las tormentas, precedió a los relámpagos que salían de los ojos del alcalde. La orquesta estaba empezando a sonorizar y había roto “su momento anual de gloria”. –Sí, ¿me s’oye?- Siguió el cantante a lo suyo, con su rutina de cada tarde.

Isidoro había cruzado la plaza en tres segundos y ya estaba hablando con el técnico de sonido cuando las miradas del balcón se dirigieron a la mesa donde se gestó el boicot involuntario al alcalde. Instantáneamente el alguacil miró a su jefe y con un gesto con las manos le indicó que podía continuar sin más sobresaltos. Don Torcuato para el vulgo, impostó una sonrisa y volvió a empezar: -Vecinos de Mantuecas, un año más...-
Tarararaaaá tará tararaaá... Los acordes de “Paquito el Chocolatero” irrumpieron desde la ventana del local de la Asociación, frente al ayuntamiento. Eran las ocho y cinco, momento en el que debería haber terminado el discurso y, Luciano, peón de brega de la Asociación Cultural de Mantuecas y sordo de nacimiento, pulsó el Play del equipo de música a la hora convenida.

Isidoro, ahora sí, debió emplearse a fondo: Cruzó la plaza a la carrera, intentó abrir la puerta pero estaba cerrada por dentro, pulsó el timbre con furia, aporreó con los nudillos, volvió a pulsar el timbre, trepó por la fachada, entró por la ventana sorteando los grandes y estruendosos altavoces y, con gestos airados, hizo saber a Luciano que se estaba equivocando. El hombre, sin entender nada, pulsó el Stop, el alguacil asomó de nuevo a la ventana, cruzó los brazos repetidamente en señal de que habían resuelto otro escollo y la plaza mostró su división: la mitad de los asistentes estalló en un aplauso entre carcajadas y la otra mitad, a la que le valía cualquier excusa para no escuchar al alcalde, en silbidos.

A Torcuato de la Maza, Don Torcuato para el vulgo, cuando se cabreaba, se le subía la comisura derecha de la boca luciendo, amenazante, un colmillo. Cuando agarró el micro por tercera vez, podía olerse el aliento sin esfuerzo de lo cerca que tenía la incipiente bocera de la nariz. No obstante, recordó las servidumbres del cargo y volvió a la carga:  -Vecinos de Mantuecas, parece que hoy el destino se ha conjurado contra... -  Una sucesión de explosiones salvajes en el centro del público dejó la plaza desierta. Sonaban como barrenos de la cercana mina pero sólo eran unos potentes petardos con los que el Pecas había perpetrado su venganza y ahora se meaba de la risa al abrigo de los soportales.

Por los altavoces del ayuntamiento sólo se oyó decir: -¡Que os jodan...!-



martes, 16 de agosto de 2016

A vueltas con el burkini


Partimos de una base ya manoseada, la de la libertad religiosa. Si lo que se pretende es una sociedad laica en todas las instancias de lo público, las manifestaciones religiosas quedan reducidas al ámbito privado donde, cada quien, puede mostrar, ocultar, hacer, deshacer, gritar o silenciar cualquier acción siempre que no contravenga lo previsto por la ley; asesinar en privado, ya sea por motivos religiosos o laicos, tendrá graves consecuencias penales, igual que si se hace en público, por poner un ejemplo extremo.

Ahora bien, las manifestaciones de carácter religioso, de cualquier confesión, nos rodean por todas partes. Es cierto que eran los miembros de las órdenes religiosas prácticamente los únicos que tenían acceso a la cultura: Sabían leer y escribir, reunían el saber conocido en bibliotecas de imposible acceso para el vulgo y, a su vez, la creación artística estaba impregnada de esa espiritualidad que, con disciplina más rigurosa o más relajada, según la época y en todas las religiones, hacen que sea imposible separar la Cultura de la Religión más allá de mediados del siglo XVIII. Aspecto este, que aprovechan con saña los detractores de la laicidad para arrimar el ascua a su sardina en un ejercicio claramente ventajista.

También estamos contaminados por el virus de la hipocresía en esa materia, según lo cercanos o no que sean los casos de que se trate, el conocimiento o ignorancia que tengamos de esa confesión o los prejuicios que éstas despierten en nosotros. Así, ponemos el grito en el cielo si vemos una mujer, ataviada con un burka o simplemente el velo, caminando por nuestras aceras y no despierta ningún tipo de alarma ver una o varias monjas, con hábito y toca, codearse con nosotros o, incluso, hay quien pone en sus manos la educación de sus hijos. Reconozcamos que, como mínimo, se trata de un contraste llamativo.

La polémica ha saltado en Francia (y alguna zona española) por la presencia en algunas playas de mujeres enfundadas en un traje de baño que oculta toda la anatomía femenina salvo la cara y, como en toda polémica, goza de defensores y detractores. Primera cuestión ¿qué dice la ley al respecto? ¿la indumentaria que uno utiliza en una playa pertenece al ámbito de lo público o de lo privado (es espacio es público pero el cuerpo es privado)? ¿es bueno que las leyes desciendan a regular esta casuística tan detallada o deben dictar más bien preceptos generales? ¿sin los crueles y desaforados ataque que se han perpetrado en Francia y otros países se habría producido este debate tan encendido? ¿estamos dispuestos a despojar, por definición, lo público de cualquier vestigio religioso o sólo de los que nos convienen o no gustan?


A mi juicio, el uso o no de determinadas prendas de vestir no es el problema, no es nada más que una pequeña consecuencia, cercana a lo anecdótico, para tratar este asunto como merece y lograr objetivos racionales, hay que despojar de influencia religiosa todos los ámbitos de la vida fuera de la intimidad del hogar y, como se lucha contra miles de años de profunda impregnación cultural, proponerse objetivos de “desintoxicación” tangibles, realizables, cortos pero irrenunciables y, quizá, en 10 generaciones hayamos salvado esta polémica. Eso sí, el verano seguirá huérfano de noticias que llevar a primera página y eso tampoco es malo.

domingo, 14 de agosto de 2016

Niebla


La temperatura ambiente invitaba a la desidia y el pollo no paraba de dar vueltas en la rustidera en que se había convertido la toalla. Un rociado más de aceite bronceador y vuelta a la posición horizontal, el pollo aún estaba a medio asar. Dormitaba. Los niños a su alrededor gritaban pero sus chillidos adquirían cierta musicalidad combinados con el cadencioso ruido de las palas de playa: tac, tac, tac, tac, tac, tac, ...  Una cabezadita más.

En su ensoñación playera no recordaba si, con las prisas de la mañana, había cogido los tapones de silicona para los oídos, creía recordar que no pero, por qué entonces todos los sonidos de la playa le llegaban tan atenuados. Instintivamente abrió los ojos, primero con la dificultad propia de pasar de la oscuridad al exceso de luz solar, luego, poco a poco sus retinas fueron detectando figuras reconocibles y se sorprendió: La gente, anteriormente bulliciosa, estaba en silencio o hablaba bajito y, todos, con  un rasgo común, sus miradas se dirigían a su espalda, a mar abierto.

Perezosamente se incorporó e, hipnotizado por lo que aparecía en el horizonte, no alcanzaba a meter la tirilla de la chancla entre sus dedos y salpicó de arena blanca y fina toda la toalla; el horizonte, sencillamente, no estaba. Una espesa bruma gris oscuro cubría toda la línea ocultando la bahía, la isla con su altivo faro que la dominaba desde el centro y, como es lógico, el pueblecito marinero que adornaba las lomas del otro lado, también se había esfumado.

Los lugareños eran los únicos que hablaban, ya habían ocurrido antes otros episodios de una bruma que lo invade todo súbitamente y, al primer golpe de viento, se deshilacha, dispersa y desaparece como llegó, pero no recordaban una tan oscura, tan espesa y, sobre todo, que progresara a tanta velocidad. La sonrisa socarrona de los pescadores más aguerridos aparentaba querer burlarse de los asustadizos turistas, sin embargo, un rictus de preocupación denotaba que no las tenían todas consigo.

En el breve plazo de varios parpadeos, la bruma negra había ganado el borde del mar y se adentraba sin dificultad por la arena de la playa. Afortunadamente, la marea estaba en su punto más bajo y unos cientos de metros la separaban aún de la primera línea de toallas.  Los bañistas más huidizos habían recogido a toda velocidad sombrilla, toallas, tumbonas, nevera y demás achiperres playeros y, con los niños por delante, apretaban el paso rumbo al pinar que hacía de frontera entre la arena y la civilización urbana. Otros, paralizados, quien sabe si por el miedo, la curiosidad o la indiferencia, permanecían en el mismo lugar sabiendo que sólo era un efecto óptico, desde dentro de la bruma todo estaría donde estaba pero más borroso.

Los oscuros jirones que anunciaban la invasión negra fueron engullendo la primera línea, la segunda, la tercera, ... y, a medida que avanzaba, el silencio se iba adueñando de la, hace un rato, concurrida playa. El pollo a medio hacer notó frío y recogió la camiseta que, convenientemente doblada hacía las veces de almohada, y se la puso. Las primeras briznas, muy densas, llegaron y rodearon sus pies desnudos, treparon por sus rodillas y conquistaron el bañador, de ahí a su torso enaceitado y subió hasta alcanzar su cabeza que desapar

Ese aroma


Un respingo, que partió del fin de la columna rumbo al norte, recorrió toda su espalda erizando, hacia dentro y hacia fuera, cada vello de su piel. Ese aroma le volvía loco, no sabía por qué ni cuándo había empezado ni, por supuesto, cuándo acabaría; sólo alcanzaba a entender que perdía todo control mental sobre su cuerpo y se volvía un rehén desarmado en las manos caprichosas de sus deseos.

Llegó otra vez, ahora con más intensidad y nitidez; la fuente, todavía sin identificar, estaba cerca, muy cerca, tanto que penetraba en su cerebro sin representar ningún esfuerzo para él, lo invadía como la luz invade el amanecer, lenta, silenciosa e implacable.  Se dejó llevar sin oponer más resistencia que a la tendencia de sus rodillas a quedar viscosas, de desplomarse suavemente en la alfombra a esperar el dulce sopor que se anunciaba en sus sentidos. Ese aroma...

Tenía que ocurrir, notó una sensación simultánea de pesadez y ligereza que pugnaban entre sus piernas para mostrar primacía.  Decidió sentarse, la postura disimulaba mejor su problema emergente.  Estaría feo que alguien se diera cuenta y le reconviniera por lo inconveniente de su actitud o, quién sabe, decidiera aumentar la apuesta y volviera a dormir acompañado ¿dormir? Sí, alguna vez había que dormir.

A la hora señalada, un gentío palpitaba por la estrecha sala y los pasillos adyacentes y, a cada grupo que llegaba, aumentaba la necesidad, rápidamente satisfecha, de ese aroma.  Ese aroma dulzón que le llevaba a tal estado de excitación que dejaba de ver caras conocidas, sólo estaba rodeado de extraños que impedían que se expresara con toda la contundencia que los sucesivos arrebatos auguraban.  Otro grupo, otra vez la tortura de ese aroma...

La capacidad de aguante alcanzó la frontera de lo tolerable y, discretamente, se abrió paso entre tanta humanidad hasta llegar a la sacrosanta puerta del baño que franqueó con impaciencia. Trató de acceder a alguna de las pequeñas cabinas pero todas tenían echado el cerrojo. ¿Habría epidemia de debilidad olfativa como la suya? En absoluto, otro aroma, de características diametralmente opuestas al conjurado, le advirtió para qué usa el vulgo las cabinas de los baños públicos.  Esperó dando paseos impacientes, lavándose las manos, mojándose la nuca con agua fría, ... hasta que un sonido característico de la descarga de agua anunció la liberación del espacio. Asomó brevemente la nariz por el pasillo para cargar las pilas de excitación antes de verse, por fin, en intimidad.  Bajó la tapa de su improvisado asiento, se sentó y con ansia irracional dio alivio a sus pasiones.

Cuando salió de los baños, pasó de nuevo el conserje rociando el ambiente con el spray ambientador causante de sus desdichas pero, aunque otra vez turbado, pudo aguantar el envite con cierta dignidad y pensó: “Manolo, o te contienes un poco o cualquier día de estos te pillan y te echan del tanatorio”



sábado, 13 de agosto de 2016

Un documental sobre naturaleza


Decir que la naturaleza es caprichosa es quedarse corto. La naturaleza es una consentida de tomo y lomo que hace lo que se le pone en el pliegue inguinal y no hay cojones a rebatirla.

Premisas:

1.- El murciélago es un mamífero volador, de la familia de los quirópteros, de pequeño tamaño, que se alimenta de insectos y tiene la particularidad de compensar su muy deficiente visión con un sentido del oído hiperdesarrollado. Emite un chillido muy característico que rebota en los obstáculos que haya en su vuelo y son captados, a modo de radar, por su oído, lo que permite unas trayectorias complejas a mucha velocidad sin riesgo de choque.

2.- Cada año, a mediados de agosto, la tierra atraviesa una zona plagada de polvo espacial proveniente de los restos de un cometa, es lo que se conoce como Lágrimas de San Lorenzo (por la cercanía a esa onomástica) o Perseidas (por parecer que proceden de la constelación de Perseo). El espectáculo de una permanente lluvia de estrellas fugaces (alrededor de 200 a la hora) lo hace muy apreciado por amantes de la astronomía, profanos curiosos y fotógrafos profesionales y aficionados.

3.- Para fotografiarlas conviene disponer de una cámara que permita trabajar con alta sensibilidad (3200 ISO), largas aperturas de objetivo (30”), montada sobre un trípode para evitar movimientos y vibraciones indeseadas y, sobre todo, en un lugar sin contaminación lumínica (un monte alejado de núcleos urbanos suele ser el mejor sitio). A estas condiciones hay que añadir una tonelada de paciencia y, si acaso, un microgramo de prisa porque, para conseguir una buena foto, hay que disparar más de cien o tener una suerte infinita.

Hechos:

1.- Día 13 de agosto de 2016. 2:07 h.  Monte Arna (Ribamontán al Mar, Cantábria)

2.- Cámara Cannon EOS 600D, objetivo 18-55, montada sobre trípode, orientada al cuadrante noroeste, con una inclinación desde la horizontal de 75º.

3.- Actividad de observación celeste con disparos consecutivos de 30” de duración.

4.- Ruido escaso: el rumor natural del bosque causado pòr el movimiento de ramas con el escaso viento, el desplazamiento terrestre de animales, algún insecto que pasa cerca y los chillidos intermitentes de los murciélagos.

5.- Oscuridad total solo rota por la aparición periódica en el display de la cámara de la última fotografía realizada.

6.- Brusco sonido de impacto y cámara que aterriza 3 metros a la derecha.

7.- Investigación de lo ocurrido con la linterna del teléfono: Cámara y trípode caídos sin daños aparentes. Al lado, se incorpora con dificultad un murciélago relativamente grande para la media que, aunque no me oye llegar, cierra los ojos con fuerza al ser iluminado.

Indicios para deducir:

¿Qué posibilidades hay de encontrar un murciélago sordo? ¿Cuántas probabilidades hay de que sea tan osado (o hambriento) como para salir a volar de noche?  ¿Qué ínfimo porcentaje de la superficie del monte ocupaban cámara y trípode?

Conclusión:

¿ES O NO ES LA NATURALEZA UNA CAPRICHOSA DE TRES PARES DE COJONES?

viernes, 12 de agosto de 2016

Mantra


Colgar la pierna por encima del brazo del sillón siempre me relajó. Me daba la sensación de que conservaba aún parte de esa rebeldía juvenil que me invitaba a hacerlo sólo porque mi padre decía que iba a romperlo, que ya no se hacían muebles como los de antes y se jodían, tal cual, a la mínima. Que si no podía sentarme como es debido, ya puestos, que me sentara en el suelo, como los moros, y podría poner los pies donde me saliera de los huevos. Que, sentado en esa postura, con toda la espalda arqueada y forzada artificialmente, me iba a salir chepa e iba a estar cojonudo, con esa tripa y con chepa.  Por eso me gustaba, porque a mi padre le llevaban los demonios y eso molaba.

Colgar la pierna por encima del brazo del sillón me ayudaba a concentrarme.  Era coger la posturita y perderme en ensoñaciones, en mundos imaginarios donde sorprender a todos esos que me menospreciaban a diario. Imaginaba conversaciones en las que daba respuestas secas e ingeniosas a comentarios hirientes que dejaban helado a mi interlocutor; hacía gala de tal superioridad física que, mi sola presencia, turbaba a todas las chicas que me observaban con arrobo; mostraba una solvencia intelectual que me convertía en el tema monográfico de la sala de profesores y, no sólo porque lo dijera mi abuela, era guapo, muy guapo.

Colgar la pierna por encima del brazo del sillón y verla balancearse cadenciosamente era un ejercicio de reafirmación personal y autonomía. En contra de quienes decían que no podía hacerlo, en contra de quienes me miraban sin verme, como a un mueble más, en contra de los que solo me hacían objeto de su desdén y profundo desprecio, en contra, incluso, de la propia naturaleza y la dictadura de sus leyes implacables, ahí estaba yo; había colgado la pierna por encima del brazo del sillón y no había pasado nada, el mundo seguía girando en la misma dirección, con la misma fuerza y velocidad y yo sonreía con satisfacción.

Colgar la pierna por encima del brazo del sillón era una de las pocas acciones libres que podía permitirme. Me suponía un gran esfuerzo, tanto para ponerla como para quitarla pero, luego, esclavo de la monotonía inmóvil de mi silla de ruedas, me recordaba que seguía vivo, que aún estaba aquí y tenía mucha guerra que dar.