domingo, 31 de julio de 2016

Podemos; be water, my friend


Sucede periódicamente, porque la naturaleza se ha encargado que así sea:  En cuanto llega el invierno, en los lugares proclives para ello, en el breve espacio de unos pocos días se congela todo el agua que está en contacto con el frío. Distintos ríos, arroyos, lagunas o pequeños acuíferos se solidifican en un bloque único, compacto, monolítico e intercomunicado que trasmite la sensación de que toda la tierra es hielo, todo el agua es hielo, hasta el cielo parece de un hielo que contagia y congela todo lo que toca o se le acerca pero no; bajo la superficie, de más o menos grosor, el agua sigue corriendo y la vida continúa, protegida eficazmente de las inclemencias exteriores.

El agua que sigue discurriendo bajo la capa congelada no tiene por qué ser limpia, aunque gran parte lo es; no tiene por qué ser pura, la pureza es algo que en la naturaleza, sencillamente, no existe; el agua que sigue discurriendo bajo la capa congelada es la misma que había antes de la glaciación, con sus defectos y sus virtudes, con su contaminación y sus pececillos. La de siempre.

Sucede también que, cuando la atmósfera comienza a templarse, el manto helado se debilita, fracciona, diluye y, salvo algunos rincones de umbría donde muestra una resistencia inútil y sólo tarda un poco más, acaba desapareciendo. También pasa que, del mismo modo que los seres que han hecho del hielo su hábitat natural, no hicieron ninguna fiesta para celebrarlo, el deshielo no va acompañado de señal de duelo alguna.  Ocurre sin más.

La naturaleza es sabia, ha tenido millones de años para aprender.  Así, no se concibe la eclosión de habitantes del hielo que desprecien y denuesten a los “seres cálidos” y tampoco se da que, cuando en el deshielo comienza su decadencia, reaccionen violentamente contra la vida que resurge tratando de arrastrarla en su caída sin darse cuenta que es un fenómeno cíclico y, al cabo de unos meses, se invertirá la tendencia y el hielo volverá a ser dominante, al menos en apariencia. No olvidemos que, de toda el agua que hay en el planeta, el hielo solamente supone alrededor de un 1%, el resto es agua líquida... o gaseosa.

En su momento, saludamos la aparición, asentamiento y consolidación de Podemos como una nueva forma de aprovechar los recursos, diferentes a lo acostumbrado, que el crudísimo invierno de la crisis puso ante nuestros ojos. Sembró de ilusión y ganas de cambio lo que no era más que un páramo inhóspito de hielo estéril, pero todo apunta a que el deshielo ha comenzado y es imparable.  Los que viven de sus recursos se niegan a reconocer esta realidad y se rebelan contra la naturaleza; reclaman su sitio y gritan a los cuatro vientos que es el tórrido verano cuando más se agradece la presencia de productos congelados.  No les falta razón pero tampoco estaría de más tener en cuenta que, por muy agradable que resulte, la congelación en verano es consecuencia de un proceso artificial que en su producción y mantenimiento, además, consume gran cantidad de energía que podría emplearse para objetivos menos fugaces.

Nadie duda que volverá el invierno con sus hielos y los aprendizajes adquiridos nos resultarán útiles pero, mientras tanto, be water, my friend...

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