miércoles, 6 de enero de 2016

Distribuciones Cantalés


Rigoberto, Gobi para los amigos, estaba empezando a desesperarse, la noche iba de mal en peor y el servicio de mensajería telefónica que le comunicaba con su empresa ya echaba humo:  Jefe, el 5º B también tiene alarma, o la desactiváis de alguna manera o yo ahí no entro”.

Gobi era el último eslabón de una cadena de subcontratas de la subcontrata de la subcontrata para reparto de regalos que, Reyes Magos S.L., tenía trabajando la noche del 5 al 6 de enero.  La cruel crisis económica había conseguido que aceptara cualquier empleo, por difícil, raro o estúpido que fuera, con tal que no faltara de comer a su familia pero también había tareas que no podía permitirse el lujo de realizar.  Como inmigrante irregular solo podía moverse en el círculo de la economía sumergida pero, si entraba en una casa y saltaba la alarma, llegaría la policía y, aunque mostrase su habilitación especial para esa noche, una vez identificado por las autoridades nada detendría el proceso que conduciría a su expulsión.  No podía entrar y punto.

OK, pasa de ellos y entra al 5º C”, apareció en pantalla tras una discreta vibración.  Tampoco, es un intangible”, respondió Gobi con dedos ágiles y gesto de fastidio.  Los regalos de reyes estaban divididos en tres categorías: Convencionales, intangibles e imposibles.  Los convencionales eran los más sencillos de resolver, se trababa de objetos, ya fueran juguetes, aparatos electrónicos, ropa, perfumes o un casi infinito abanico de posibilidades; los intangibles, como su propio nombre indica, abarcaban más la senda de los deseos que no se podían satisfacer con un presente: Trabajo para un hijo, salud para la familia, encontrar una novia atractiva o que te toque la lotería;  por último, los imposibles eran los que no se podían resolver ni en el plano físico ni en el conceptual: La paz en el mundo, acabar con el paro o los que deseaban un mal para otros.  Las contratas sólo estaban habilitadas para entregar los regalos convencionales, los intangibles se resolvían con magia y eso era potestad exclusiva de los titulares de la franquicia.

La pantalla volvió a iluminarse, “Gobi, deja de tocar los cojones y ponte a currar que nos pilla el toro”.  Es lo típico de los jefes cuando no saben solucionar un problema, desvían la atención y responsabilizan al currito.  Gobi miró su reloj y decidió tirar por la calle de en medio, a las tres y media de la noche no podía ponerse a resolver asuntos fuera de su incumbencia y, sin distraerse con otras cosas, inició un frenético reparto de regalos en las casas en las que podía entrar sin problemas.  Más o menos, la mitad del total.

A las siete, agotado pero satisfecho, Gobi regresó al almacén de la empresa y se sentó a su mesa desvencijada a rellenar el parte de trabajo antes pasar por caja a cobrar su jornada.

Los titulares de prensa del día 7 eran demoledores:  La mitad de las familias de la ciudad de Cantalés se queda sin regalos de reyes”.  Al repasar el parte de incidencias el Servicio de Reclamaciones de Reyes Magos S.L., solo encontró un lacónico: “Sin novedad”.  

Distribuciones Cantalés había vuelto a perder otro contrato.



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