Rigoberto, Gobi para los amigos, estaba empezando a
desesperarse, la noche iba de mal en peor y el servicio de mensajería
telefónica que le comunicaba con su empresa ya echaba humo: “Jefe, el 5º B también tiene alarma, o
la desactiváis de alguna manera o yo ahí no entro”.
Gobi era el último eslabón de una cadena de subcontratas de
la subcontrata de la subcontrata para reparto de regalos que, Reyes Magos S.L.,
tenía trabajando la noche del 5 al 6 de enero. La cruel crisis económica había conseguido que aceptara
cualquier empleo, por difícil, raro o estúpido que fuera, con tal que no
faltara de comer a su familia pero también había tareas que no podía permitirse
el lujo de realizar. Como
inmigrante irregular solo podía moverse en el círculo de la economía sumergida
pero, si entraba en una casa y saltaba la alarma, llegaría la policía y, aunque
mostrase su habilitación especial para esa noche, una vez identificado por las
autoridades nada detendría el proceso que conduciría a su expulsión. No podía entrar y punto.
“OK, pasa de ellos y entra al 5º C”, apareció en pantalla
tras una discreta vibración.
“Tampoco, es un intangible”, respondió Gobi con dedos ágiles y gesto de
fastidio. Los regalos de reyes
estaban divididos en tres categorías: Convencionales, intangibles e
imposibles. Los convencionales
eran los más sencillos de resolver, se trababa de objetos, ya fueran juguetes,
aparatos electrónicos, ropa, perfumes o un casi infinito abanico de
posibilidades; los intangibles, como su propio nombre indica, abarcaban más la
senda de los deseos que no se podían satisfacer con un presente: Trabajo para
un hijo, salud para la familia, encontrar una novia atractiva o que te toque la
lotería; por último, los
imposibles eran los que no se podían resolver ni en el plano físico ni en el
conceptual: La paz en el mundo, acabar con el paro o los que deseaban un mal
para otros. Las contratas sólo
estaban habilitadas para entregar los regalos convencionales, los intangibles
se resolvían con magia y eso era potestad exclusiva de los titulares de la
franquicia.
La pantalla volvió a iluminarse, “Gobi, deja de tocar los
cojones y ponte a currar que nos pilla el toro”. Es lo típico de los jefes cuando no saben solucionar un
problema, desvían la atención y responsabilizan al currito. Gobi miró su reloj y decidió tirar por
la calle de en medio, a las tres y media de la noche no podía ponerse a
resolver asuntos fuera de su incumbencia y, sin distraerse con otras cosas,
inició un frenético reparto de regalos en las casas en las que podía entrar sin
problemas. Más o menos, la mitad
del total.
A las siete, agotado pero satisfecho, Gobi regresó al
almacén de la empresa y se sentó a su mesa desvencijada a rellenar el parte de
trabajo antes pasar por caja a cobrar su jornada.
Los titulares de prensa del día 7 eran demoledores: “La mitad de las familias de la ciudad
de Cantalés se queda sin regalos de reyes”. Al repasar el parte de incidencias el Servicio de Reclamaciones de Reyes Magos S.L., solo encontró un
lacónico: “Sin novedad”.
Distribuciones Cantalés había vuelto a perder otro contrato.
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