domingo, 7 de junio de 2015

Se me hace bola


Determinados dirigentes del Partido Popular muestran una dificultad sicológica, digna de estudio, al pronunciar el término “democracia”.  Ante un micrófono, se les ve masticar las sílabas trabajosamente como el niño que mira a su madre con los ojos muy abiertos y dice: “es que se me hace bola”.  Tienen a sus espaldas muchas horas de entrenamiento ante cámaras y micros, les han aleccionado sobre qué palabras emplear y de cuáles huir, han practicado con insistencia la expresión no verbal ante el espejo pero, cuando llega el momento, se les hace bola.

Lejos de aplicar las soluciones clásicas para resolver el problema, se recrean en sus dificultades deglutorias y buscan explicaciones peregrinas que, luego, argumentan con la solemnidad estéril de un aristócrata con problemas de meteorismo pertinaz: “Si se hacen con en poder, destruirán la democracia tal y como la conocemos”; “son radicales que solo persiguen acabar con las instituciones”; “los mercados no tolerarán ingerencias y volveremos a caer en la crisis” y un largo etcétera que sería tedioso repetir. Calcan el esquema clásico que la Iglesia ha convertido en arte: A falta de razones, usemos el miedo, que nunca falla.

Jugar a demócratas implica aceptar los resultados siempre, no solo cuando tú ganas.  Desafiar a otros a presentarse a unas elecciones, tiene la consecuencia de que te tomen la palabra, lo hagan y te den un revolcón.  Haber convertido las instituciones en un rancho particular, donde las cuentas claras son la excepción, tiene el riesgo de que vengan otros, deslíen la madeja y quedes con las vergüenzas al aire a las puertas de la cárcel.  En resumen, poner las papeletas de voto en manos de los ciudadanos, significa que pueden apostar por ti o no y cualquiera de las opciones es igual de legítima, por mucho que te joda.

Están probando de todo: Asustar a los que mueven el dinero, buscar debilidades ominosas del contrario en su propio beneficio, sacar a la calle a sus perros de presa, lanzar andanadas brutales desde la tribuna de sus medios adocenados, distraer la atención con decisiones cosméticas después de cuatro años con el cuchillo entre los dientes, llorar amargamente su soledad o quejarse del goteo de casos de corrupción que solo antecede el diluvio que se avecina.  Nada de esto sirve; no la hagas y no la temerás.

Las madres atentas y cariñosas, conocedoras de la dificultad para masticar de sus criaturas, procuran administrarles los alimentos en bocados muy pequeños, acompañados de líquidos que ayuden a deshacerlos en la boca y tragarlos con facilidad. Así, poco a poco, irán aprendiendo a hacerlo solos y afrontar con éxito retos mayores.  Del mismo modo, el complicado problema de aceptar la democracia se puede aprender; basta con ir poco a poco, sabiendo que, al igual que la comida, sin ella se acaba poniendo en juego la salud y la vida.  Solo es cosa de ponerle voluntad, la cuestión estriba en saber si la hay.

Un bello proverbio africano afirma que “para educar a un niño hace falta un pueblo”, el pueblo ya se ha puesto manos a la obra pero el niño está muy consentido y va a costar trabajo.  Tenemos tiempo, tenemos ganas y tenemos motivos. A ello.



1 comentario:

Pedro Larrauri dijo...

Interesante reflexión, gracias.
Dices: tenemos tiempo (ya hemos perdido mucho) tenemos ganas (muchas) y tenemos motivos (idem). Pero hacen falta líderes que aglutinen ese proyecto, y que después no se conviertan en lo mismo que ahora queremos desterrar.