domingo, 3 de febrero de 2013

INSTRUCCIONES SENCILLAS PARA ELABORAR UNA CARTA DE DIMISIÓN



Estimado Mariano (permíteme la confianza), sospechando que tu nerviosismo y múltiples obligaciones te impiden repasar conocimientos que debiste adquirir en la infancia, me permito la licencia de ilustrarte en la técnica necesaria para practicar noble arte de la dimisión:

1.- Logística:  Una carta de dimisión conlleva un importante componente emocional que conviene transmitir a los lectores, por tanto, es muy recomendable escribirla personalmente, de tu puño y letra.  Dejando de lado la funcionalidad del papel en el tamaño normalizado A4, introduzcamos un elemento romántico; propongo el uso del clásico folio con membrete de Presidencia del Gobierno que confiere solemnidad al documento en cuestión.  Dado que serán varios los borradores, los intentos fallidos o la redacción imprecisa, es imprescindible disponer de un buen número de hojas.

Una vez convenido que, el uso de papel oficial, dota de la necesaria seriedad al texto, conviene introducir el componente de cercanía que ofrece la caligrafía manuscrita.  Para ello debemos proveernos del instrumento apropiado.  Si bien nada obsta para el uso, por ejemplo, de una Plastidecor de color naranja, una pluma estilográfica aporta elegancia y buen gusto añadiendo, además, un acabado impecable.

2.- Estructura:  Es muy útil contextualizar el documento en el espacio y en el tiempo, de modo que lo primero que hay que escribir es el lugar y fecha de redacción (Ejemplo: Madrid, 3 de febrero de 2013).

A continuación, determinar los destinatarios ayuda a que estos se den por aludidos; sin embargo, empezar por un lacónico “Españoles” sembraría de dudas malsanas el entendimiento de estos, al ser la fórmula siempre elegida en los discursos del dictador, y ensombrecería la percepción de tu indudable talante democrático.

Este es el momento de entrar en materia, se impone la utilización de la brevedad, la concisión y, atento a esto, la sinceridad para fundamentar las causas de la decisión de dimitir.  Está bien visto asumir todas las responsabilidades en primera persona aunque, si aparecen en el horizonte posibles responsabilidades penales, adoptar alguna cautela de reparto de culpas entre los siguientes escalones no estaría de más.  Una dimisión no tiene, necesariamente, que convertirse en autoinmolación.

Conviene explicitar el carácter irreversible de tu decisión y mostrar arrepentimiento sincero, disculpas en su justa medida y disposición absoluta para asumir las responsabilidades posteriores que se puedan derivar.

Una dimisión de alguien con tu nivel jerárquico tiene, invariablemente, múltiples y profundas consecuencias.  Ahora es cuando debes hacer un repaso somero de lo que puede suceder y, aunque no es vinculante, transmitir vocación de servicio público sugiriendo decisiones a adoptar.

Para finalizar, es signo de buena cuna mostrar agradecimiento a las personas que han trabajado denodadamente para minimizar tus defectos y amplificar tus aciertos, si los hubiere y, sin más, elegir una fórmula cordial de despedida y firmar al pie y entregar cuantos originales sean menester a los estamentos adecuados (una comparecencia pública tampoco estorbaría pero me consta tu aversión a cámaras y periodistas).

Lo siguiente sería hacer las maletas pero entiendo que dispondrás de ayudantes mejor preparados que yo para ese menester.

De nada

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo me pregunto y pregunto ¿Qué pasara si se demuestra que todo es una jugada de ciertas personas contra el PP? Acaso dimitirán esos personajes? E Irán a las sedes del PP a pedir perdón con pancartas? Y también pregunto quien tenemos detrás de todo esto y que intereses tienen?

Espero alguien me sepa aclarar todas estas dudas.

Juan

Fermín dijo...

De Wikipedia:
La navaja de Ockham (a veces escrito Occam u Ockam), principio de economía o principio de parsimonia (lex parsimoniae), es un principio metodológico y filosófico atribuido a Guillermo de Ockham (1280-1349), según el cual, «en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta». Esto implica que, cuando dos teorías en igualdad de condiciones tienen las mismas consecuencias, la teoría más simple tiene más probabilidades de ser correcta que la compleja.1