sábado, 28 de enero de 2012

SPA-NO-IR



Con esta moda de los viajes-aventura están llegando demasiado lejos.  Decides regalarle a la abuela, por su 80 cumpleaños, un viaje en avión a Mallorca porque la mujer nunca ha volado y menos a Mallorca y, sin comerlo ni beberlo, te pasas el fin de semana dormitando en esos incomodísimos asientos aeroportuarios, diseñados para que eches de menos la comodidad doméstica; viendo pasar a equipos de todas las televisiones en busca del friqui al que entrevistar; dejándote el presupuesto del mes en bocadillos bonsai de esa cafetería tan original en la que, los propietarios, van ataviados con antifaz y palanqueta y escuchando a la abuela que cada dos por tres te repite: “Tú dirás lo que quieras pero a mí me gusta más el coche…”.

Una cola monstruosa para coger buen sitio en la fila que se montará para poder coger el número que te dará derecho a acceder al mostrador que dispensa las hojas de reclamaciones de la compañía que, no sólo aparenta estar abandonado sino que, por un momento, me ha parecido ver pasar un matojo de esos rodantes de las películas del oeste.  Desolación multitudinaria.

Un señor engominado con ropa de marca y gafas de sol, que no habíamos visto antes; se sube en la máquina que sujeta los carritos portamaletas y empieza a soltar invectivas contra Zapatero, los desmanes de la izquierda y el desgobierno del Gobierno.  Otro señor, éste más convencional; le recuerda que ya no está Zapatero y tampoco ese gobierno, ahora es cosa de la derecha.  El “biempensante” se apea ruborizado y desaparece por donde ha venido mascullando algo de un “calentón tonto”.  De pronto regresa y le espeta al amable informador que la culpa la tienen los catalanes, respira hondo y se larga de nuevo, todo ufano, al limbo de la carcunda.

En el reino de la desinformación, Radio Macuto acapara todo el share y gana fuerza el rumor que algunos esperaban:  Dicen que nos van a pagar un hotel.  Mi mujer me conmina a ponerme de nuevo en otra fila kilométrica desoyendo mis lamentos: “…pero si estamos a veinte minutos de casa”.  La abuela se orina y siempre ha sido una fanática de la higiene de los cuartos de baño.  Se masca la tragedia.

Cuatro horas después aparecen los artificieros.  Un buen samaritano llamó a la policía ante los signos incontestables de inminente explosión de la vejiga de la abuela.  Por prescripción facultativa cargo con los bultos (me refiero al equipaje) y, acompañado de mi mujer, su descomunal cabreo, la abuela y siete litros de orina comprimida; emprendimos el regreso a casa, ya avanzada la madrugada, para descubrir que mi hijo adolescente había renovado el significado del término “Rave Doméstica”.

Hay días que, con no levantarse, se arreglaría todo.  ¡Coño, como Spanair!

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