viernes, 9 de diciembre de 2011

LA EXPLICACIÓN VERDADERA

Multitud de duendes diminutos, con sonrisas de todos los colores, se disponían a iniciar los preparativos de otra expedición más.

Tenían la obligación de visitar, cada estación, el templo de la Gran Dama, situado en todo lo alto del monte situado al otro lado del Bosque Eterno y eran 9 días, con sus correspondientes noches, los que debían hacer vida en plena naturaleza.

La impedimenta la componían: una tienda de campaña para cada 4, cuyas piezas se repartían equitativamente entre ellos; un cazo, una sartén, un plato y un cuchillo por cabeza; un hato de ropa; una manta y un saco de dormir.  Se alimentaban de los productos recogidos de la tierra y, cuando llegaban al cauce de un río, aprovechaban para lavar la ropa sucia y llenar cantimploras y pellejos.

Todo estaba dispuesto salvo los sacos de dormir.  Antaño, un saco acompañaba a cada duende de por vida y se dieron casos de legarlos a los hijos en buen estado.  Las frecuentes manchas, roturas o arañazos, se reparaban con facilidad y su duración se medía en lustros.

De un tiempo a esta parte, la aparición de los materiales sintéticos, había revolucionado el estable mercado de los sacos de dormir; eran más suaves, más ligeros, más cálidos y bonitos pero, como la perfección no existe, cada pequeño agujero que se hiciera se convertía en una boca gélida y significaba la sustitución inmediata por otro en perfectas condiciones. 

Cuando son productos fabricados en casa, se incrementa la producción y asunto resuelto pero, cuando se importan del exterior, el procedimiento es más complejo: Hubo que seleccionar y preparar adecuadamente un mayor número de duendes, de especial habilidad para su recogida y traslado, habida cuenta de la dificultad y riesgo que entraña le elección y discreta sustracción de cada saco a sus propietarios originales.

Dotados de un rústico material de espeleología, unas rudimentarias gafas de buceo y herméticos pellejos llenos de aire, los duendes más jóvenes y menudos salieron hacia todos los puntos de la rosa de los vientos, dispuestos a introducirse subrepticiamente en cada lavadora y volver con un preciado calcetín en la mochila.


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